El brioso mundo de Cela
T ODO el brioso mundo de Cela pasando por primera vez a través de un escenario, Pascual Duarte, el Estirao, los tísicos sentimentales, la España de las tertulias, posaderas de la Alcarria, buhoneros, parejas bailonas, las putas afrancesadas de antes de la guerra y hasta Oteliña, la choferesa negra del Nuevo viaje a la Alcarria. Todo esto lo ha enhebrado José María Rincón, con técnica un poco televisiva, muy hábil y ágilmente. Los momentos más logrados, como teatro, son el del buhonero y las escenas de San Camilo. Y Guirau lo ha dirigido con ritmo y gran economía de elementos, muy bien aprovechados.
Pero lo que resta es la palabra de CJC. Dada la teatralización de los textos, el guionista se ha atenido, naturalmente, a los abundantes diálogos de la obra de Cela, y esto nos pone ante una parcela acotada del premio Nobel, de cuya prosa narrativa no hay nada que añadir. Pero nunca he visto estudiado al Cela dialoguista, y lo cierto es que sus diálogos son siempre perfectos y convincentes, tanto en lo trágico como en lo cómico, tanto en lo lírico como en lo costumbrista. Cada personaje habla como habla, pero además habla como Cela, y éste es el complicado milagro de todo buen dialogador literario: no hablar él a través de sus personajes, pero tampoco privar al diálogo de la marca de la casa.
En el 98 sólo lo consiguió Valle-Inclán. Todos los personajes de Azorín hablan como Azorín, y los de Baroja como Baroja. Y no digamos lo que pasa con Unamuno. Así, la aportación involuntaria de este espectáculo consiste en despuntar al Cela dialogante, siempre de tanta fuerza y eficacia.
Lo que queda de este juego teatral es, como siempre, literatura, el brioso mundo de Cela cruzando un escenario con las plurales violencias y el clamoroso verbo de nuestro clásico vivo. Cela, como escritor muy plástico y tectónico en palabras, personajes y climas, resulta siempre teatral, visual. Pero hay que leerlo, ojo.