Artículos Francisco Umbral

Serra


Me pregunto qué hacemos con Serra. Pujol le ha dicho al presidente que Serra sólo es interlocutor válido para Roca y así, humillando al uno y al otro. Pujol es un Tarradellas que se ha quedado corto, un De Gaulle bajito de la Barceloneta.

Por otra parte, la enfermedad de Bush ha dado a Quayle, el vicepresidente, una relevancia que no tiene, y el paralelismo no ha hecho sino empequeñecer más al vicepresidente español, de manera que ya sólo sirve para limpiarle el polvo a los bajos del piano. Me lo contaba ayer Pedro Jota, aquí nuestro señorito:

En caso de muerte o inutilidad de Bush, la CIA tiene orden de disparar contra Quayle.

El chiste sirve para Serra. Felipe González ha aprendido, no se sabe si de los yanquis o de Franco, a poner de segundo al más tonto. Si hubiera puesto a Tierno o Paco Ordóñez le habían comido la presidencia en un fin de semana con puente añadido. Pero Serra está ahí, es un personaje que hemos creado entre todos, el Gobierno, el Ejército, la Prensa, el Parlamento, como el muñeco de Mariscal para el 92, Coby. Serra es un Coby con barba y piano, una criatura de diseño, pueril y fugaz, muñida por la colectividad y el Acontecimiento. Y ahora no sabemos qué hacer con él, sino mandarle a reciclar con Coby, el envejecido Snoopy y las chicas de oro.

Y en las nuevas viviendas sociales que no quiere construir Solchaga ya no hay cuarto de los trastos, aquel trastero lóbrego y elocuente que nos fascinaba a los niños antiguos, pero los muñecos, los juguetes rotos de Summers y los ministros que enseñan ya el serrín de la tripa van a parar, sin duda, a un inexistente trastero que debe ser el limbo de los tontos, seno de Abraham o el dorsiano Valle de Josafat. Franco, a los ministros que empezaban a echar serrín por las costuras, les daba un cargo en el INI, que para eso estaba el INI, pero el INI, ahora, hasta realiza beneficios, de modo que Felipe les hace vicepresidentes. No es que Serra sea tan Coby como se dice, tampoco es eso, oyes, no hay que pasarse, pero el contraste con su antecesor le perjudica. Alfonso Guerra, para bien o para mal, es uno de los hombres más finos y peligrosos que han pasado por la política española en quince años de democracia. González (sus razones tendrá) deja caer a Guerra, y su problema, ahora, nuestro problema, el problema nacional de los españoles es que no sabemos qué hacer con este dibujito de un Mariscal más inspirado, osito de peluche con gafas de pianista miope al que da patadas, sólo porque estorba, incluso el señor Pujol, que es tan bajito y catalán como él. El Coby político y barbudito, con su piano de juguete, como el de Charlie Brown y sus amigos, acabará siendo un dibujo para camisetas mojadas, este verano, o una mascota infantil de la izquierda en las romerías del PSOE.

Don Narciso Serra no existe por sí mismo, sino que es el vacío que González ha establecido entre él y Guerra. Igual podría haber puesto a un enanito de Blancanieves, y mejor aún al citado Coby, que cuando menos promociona y crea imagen. Serra, igual que Pierino Gamba, aquel pibe de los 50, no dirigía la orquesta (en este caso la banda militar), sino que orquesta y banda le dirigían a él. Ahora, sin el aforro de generales, es un Toulouse-Lautrec de Guys (el dibujante cantado por Baudelaire), un muñeco de serrín cuando los muñecos son de pilas, transistor, vídeo y voz programada. Don Felipe, con inteligente sentido de la paradoja, ha sustituido a un hombre agudo por una cosa de peluche, pero a lo mejor se ha pasado. El peluche no funciona. Don Narcís es un nombre y un nombre en diminutivo. En su operación de ir enmorteciendo el PSOE, uno comprende que FG sustituya a los descamisados por yuppies. Pero no por cobis.

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