Comediante y gótico
Alguna vez tengo definido a José María Rodero como un actor gótico (el único) del teatro español. Con la llama gótica de Rodero se apaga hoy una manera impar de hacer teatro. La llama tiende siempre a la ojiva. Rodero tendía siempre a la llama.
Nos conocimos en la barra del Gijón, hace siglos, y con su gran prestigio (ya entonces) aprovechó para meterme algunos guiones en televisión, interpretados por él mismo, de modo que uno, nada comediógrafo, ha usufructuado al más original, diferente y encendido actor de este medio siglo.
Cuando volvió a un escenario, la Comedia, tras fuerte operación cerebral (el gótico se sube siempre a la cabeza), me pidió que presentase su reaparición ante el público, y lo hice con mucho amor y escasa elocuencia. Hace poco le pusieron su nombre a un teatro de pueblo y me solicitaba un folio para el evento. Ya sólo su voz al teléfono, por las mañanas, era como disfrutar la catedral de Burgos por el oído. Tal que ayer me llamaba su hija, llorando:
- Papá se muere y papá te quería tanto.
Ahí deja su Calígula y su penúltimo Pirandello. Hacía genialmente los papeles de loco porque estaba loco, que es lo que tiene que estar un actor para no caer en la frigidez británica de Lawrece Olivier. Hasta ese ojo que se le iba un poco, tras la operación, exageraba en él un delirio gótico que estaba incluso en su manera de saludar. Entiendo por actor gótico el que interpreta dentro de la mística ascensional de San Juan de la Cruz (bien entendida por Dalí) y el Greco.
Para decirlo con un nombre, gótica es Merryl Strep, la última grande de Hollywood. En el teatro como en la arquitectura (sólo que en el teatro no se ha estudiado), gótico es el actor/actriz que añade siempre un gesto, una vírgula, un adorno, una viruta de genialidad a lo que parecía que ya estaba hecho y dicho.
Es difícil ser gótico sin dar en churrigueresco, pomporé, mordoré, manuelino o punzó. Rodero lo había conseguido. Rodero era, casi, un actor para arquitectos.
