Larra, periodismo de autor
Verá usted, don Mariano José, ha vuelto usted a morirse oportunamente, y vamos a conmemorarle un poco porque en este 1992 las cosas vuelven a estar como cuando entonces, o sea que tenía usted que sacar sus propios periódicos unipersonales, por censura de los otros, haciendo lo que yo llamaría ahora periodismo de autor, o sea un periodismo muy personal, particular, subjetivo, periodismo de firme y de firma, ya que los castellanos viejos son los mismos, unos señores que nos invitan a cocido, a ver si nos matan, y nos sugieren no ser tan agresivos, tan calumniosos, tan injuriadores, tan difamatorios, tan golfos y tan putas como somos los periodistas. Son los pseudónimos que le ponen a la pura y mera verdad, que es lo nuestro.
Si usted viviera hoy, don Mariano José, también estaría proclamado de injurioso, calumnioso, difamatorio y deshonroso. Todo lo que usted escribió entra perfectamente en las leyes de represión que se preparan.
Larra, con el Gobierno socialista, no habría podido escribir una línea. Estos castellanos viejos que hacen las leyes entre cocido y cocido, don Mariano José (que ahora anda mucho dispendio oficial), están cayendo en lo mismo que los anteriores. Lo malo no es que nos prohíban a los vivos y a los piernas. De lo que no se dan cuenta es de que están prohibiendo también a los clásicos, y hasta a los románticos, como usted.
Lo que usted inició en España, don Mariano José, mientras se cambiaba de chaleco, ocurre que ha florecido ahora en Madrid con abundancia y categoría. Hay un periodismo de autor, un articulismo, un columnismo de firma que muchas veces es un periódico dentro del periódico, como aquellas hojas que usted se sacaba, ya digo, cuando no le dejaban otra cosa.
De su disparo, don Mariano José, murió un maestro, pero nacieron cien discípulos, y aquí estamos imitándole de mala manera, pero de buena fe, porque los grandes periódicos resulta que necesitan pequeños escribientes, pobrecitos habladores, figarillos de la pluma que digan su verdad particular, que resulta ser la más general de las verdades.
Luisa Castro, la dulce y sencilla poetisa, que llena es de gracia y de un romanticismo joven y exento, ha comprado en estos días para usted unas violetas, violetas mojadas como las que le ofreció Luis Cernuda, y yo sólo tengo un ramo de palabras con intención de flores, que ahora dejo aquí, al pie de su nombre, y que no se enteren los castellanos viejos, los buenos burgueses de Mesonero Romanos, que ahora se llaman socialdemócratas y neoliberales.
Cómo cambian los tiempos, don Mariano José, para repetirse siempre. Nosotros no gastamos pistola, como usted, pero procuramos que cada artículo nuestro sea un pistoletazo, hasta que al día siguiente, convalecientes de nuestro propio tiro y del Gobierno ajeno, empezamos otra vez a escribir. Escribir en Madrid es llorar, como usted dijera, pero ahora nos va a hacer llorar el juez, que ya este febrero difunto y populoso nos publica de infames por decir la verdad. La verdad no está hoy de moda, como no lo estaba en sus tiempos, don Mariano José.
Sólo queríamos contarle que los castellanos viejos y los escalafonales del vuelva usted mañana preparan nuevas represiones contra usted, o sea contra nosotros sus epígonos, y si son consecuentes con su propia necedad, acabarán quemando sus libros de usted, don Mariano José. Poco más que añadir en este trece carnavalero de huelgas.
Madrid, ciudad de escritores, funcionarios y castellanos viejos, vuelve a estar tomado por los censores y los muertos. Vivos vamos quedando pocos y usted amanece cada día, dandy y verdemadriles en media docena de bastardos que renovamos su bastardilla. Luisa, ya digo, le ha comprado unas flores.