Artículos Francisco Umbral

La conjura


Franco tenía razón en lo de «la conjura antiespañola». El error de Franco es que creía que la cosa iba contra él, personalmente, cuando la realidad es que iba contra todos los españoles, no por soberbios, altivos, imperialistas, fascistas ni fanáticos, sino por pobres.

Un dictador rico, como Stalin, alternaba con los grandes demócratas -Roosevelt, Churchill-, se codeaba. Un dictador pobre, como Franco, estaba sometido al cerco internacional. Ya cuando la guerra civil, las democracias occidentales no ayudaron nada a la República de Azaña, porque era una república pobre. Y ahora la conjura antiespañola alcanza a Felipe González, que ha luchado bizarramente en Edimburgo contra los plutócratas europeos. A Felipe González no hay razones políticas ni ideológicas para recharzarle o minusvalorarle, sino que es el presidente de un país pobre, aunque se esté codeando por ahí. González, como Franco, se ha identificado a sí mismo con España, y toma el rechazo como cosa personal, en lugar de entender, sencillamente, que en Edimburgo se han juntado «ricos con ricos», como diría Julito Ayesa, y él era allí el pobre de pedir. Toda la retórica europeísta que nos ha vendido FG en los últimos años (entre otras cosas porque se le había agotado su propio discurso), acaba de venirse abajo en Edimburgo. Ni europeidad ni hermandad ni Casa Común ni igualdad ni paz, sino un club de ricos para hacer frente a Estados Unidos y Japón. El eje Francia/Alemania (tan sospechoso desde el punto de vista de la Historia), cuenta ya con su propia moneda y su propio ejército. Y punto, como dirían los que no saben terminar un párrafo.

Por primera vez desde hace mucho tiempo he sentido cercanía, simpatía y cierta pena por Felipe González, que había llegado a creerse sus propias fantasías televisivas y se veía ya entre los grandes, gobernando un país de suecos llamado España. Felipe ensayó incluso la retirada a tiempo, que a ese truco le tiene cogida la maña, una de sus famosas espantás de torero sevillano, y los grandes le hicieron sentarse, pero para seguir humillándole. España es un país pobre, sigue siéndolo, y esto es lo que olvidan nuestros gobernantes en cuanto llenan de gente la Plaza de Oriente o la plaza de las Ventas. Los españoles hemos hecho el gran esfuerzo democratizador, europeizador, hemos olvidado nuestras viejas, recias y coloristas guerras civiles, que tanto nos unían, pero nada de eso lo tiene en cuenta Europa, sino la balanza de pagos. Del rechazo a FG por pobre se deduce que a Franco le hubieran aceptado siendo rico como el citado Stalin. Hay que volver al 98, pues, al regeneracionismo, a Costa y Ganivet, hay que asumir la pobreza nacional y el tercermundismo, y hacer una política más humilde, señor González, sin tanta Expo ni tanto 92 ni tanto Yáñez, a partir de lo poco que tenemos, a ver cómo España llega a fin de mes. Lo que hay es una sobreestructura, una pomada, una jet de oro, le gratin gratiné, que dice mi querido Areílza, y eso nos ha hecho creer que vivíamos ya en un país de papel couché, a todo color, que no en vano el «Hola» es la revista mundial más vendida del mundo. Pero la España que fabricó mi admirado Jaime Peñafiel en el tardofranquismo se ha pegado definitivamente el ostiazo en Edimburgo.

Pues claro que existe la conjura antiespañola que decía el César Visionario, pero no es otra que la eterna conjura de los ricos contra los pobres, en todas partes. FG es hoy el pobre niño rico, no invitado a la boda por el novio ni por la novia, pero vagamente conocido de todos y un poco parvenu. Ni él mismo ha dejado claro si deseaba aportar dinero a la Gran Europa o sacarle dinero a la Gran Europa. Bien es cierto que para que le traten a uno como un millonario basta con empezar a comportarse como tal, pero eso vale sólo para los aperitivos, el lunch y hasta la hora del café. Cuando llega el reparto de los puros, a mí nunca me toca puro. A Felipe tampoco.

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