Artículos Francisco Umbral

La Monarquía


Don Felipe González ha decidido salvar la campaña por elevación, de modo que sigue con los grandes fichajes: después de Garzón y Adolfo Suárez ha «fichado» a Carlos III, Don Juan III, recién enterrado, y Juan Carlos I.

En sus mítines del fin de semana, para unos auditorios del PP, como el de Zamora, ha invocado la monarquía de los Borbones, desde Carlos III a Juan Carlos. (Asimismo, ha vuelto a apelar a Suárez, como yo anunciaba el otro día). González tiene imaginación y está dispuesto a llevárselo todo por delante, ahora la monarquía. Todo le sirve como escaparate, espectáculo, repertorio, Rastro y Rastrillo, feria de muestras y feria de ganado, tenderete de bisutería histórica y venta callejera. Imaginación, ya digo. ¿Pero quién ha dicho que en democracia esté prohibida la imaginación? Por el contrario, son los absolutismos de derecha/izquierda los que la niegan. Claro que aquí hay contradicciones, como en el caso Garzón. Se supone, y yo mismo lo he escrito, que un Gobierno socialista, con un partido poderoso, venía haciendo republicanismo coronado, «republicanizando» la corona. Y así ha sido a veces. Por el contrario, frente a un público que se supone conservador, FG invoca reyes y centristas, todos revueltos, y se erige en la síntesis de todo ello. Uno no es público de mitin, claro, y no se lo cree mucho, pero uno debe reconocer que a FG no le faltan recursos para ganar unas elecciones.

Claro que, yendo un poco más lejos, se puede dar crédito a las alusiones del candidato FG, imaginando que efectivamente está cansado de PSOE y lo nuevo/viejo que ahora vende a España es centrismo y monarquía, orden y continuismo. Su política de los ultimísimos años es más suarista que socialista, más centrista que revolucionaria. Y esta política queda perfectamente coronada por la monarquía. González vende paz y continuidad a los auditorios de derechas y vende un progresismo muy moderado a los de izquierdas. González, en esto, se traiciona menos de lo que pensamos, puesto que González ya se traicionó antes, cuando dejó de hacer socialismo. Se ha vestido el paletó de Carlos III, o como se llame eso que se ponía el rey, la gorra marinera de Don Juan, los esquíes de Juan Carlos y hasta el azul/Armani de Adolfo Suárez. Anda por ahí hecho un Cristo, pero el caso es ganar votos, decir cosas estupefacientes. Y las dice. Este tío no es tonto. Al margen sondeos previos a los sondeos previos, lo que estamos viendo todos los días en los medios es que Felipe le echa más imaginería y más parla a la cosa que José María Aznar. Felipe ha puesto España en venta, desde Carlos III a Suárez, pasando por el juez Garzón, para ganar unas elecciones que tenía perdidas. Miente mejor que nadie. La política ha sido tradicionalmente oratoria, en nuestros países ribereños (ver «Elogio de la retórica», de Pedro de Lorenzo), y José María Pemán fue utilizado por todo el mundo, por el rey y Gil Robles, por Franco y la Falange, por las peñas rocieras y las casas regionales, sin ser hombre político, sólo porque hablaba bien. Felipe habla bien, pero en moderno.

El despliegue monárquico que hizo en Zamora me recuerda a mí cuando el tío del Rastro, en un alarde último y desesperado por vendernos algo, saca del traspatio el retablo barroco que guardaba para mejor ocasión y mejor comprador. Rebajado de precio, naturalmente. Felipe ha rebajado de precio la monarquía de los Borbones, la Casa de Bordón, la ha abaratado, pero Felipe es medio gitano de Sevilla y todo le vale a este morisco genial y cruzado, para vendernos su imagen. Con la ventaja de que los reyes, como los retablos barrocos, no se pronuncian ni llevan la contraria. Con un adversario así es que no se puede. Estamos asistiendo al duelo de un castellano escueto contra un gitano (y esto no es sino meliorativo para los gitanos). Ya sabemos quién, al final, va a vender el burro.

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