El coche
Ahora se ha sabido, por este periódico, que don Mariano Rubio conserva el coche oficial y otras cosas (secretaria, sueldos), tras haber sido puesto en la mismísima por presunto chorizo. Aquí la opinión se encampana mucho con lo del coche, pero a uno le parece normal, decente, consecuente, un detalle de Felipe González, o sea.
Franco también les dejaba el coche, les conservaba el coche o los mandaba al INI. El coche oficial de un político o banquero famoso que está en el paro es más que un coche: es el símbolo, la metáfora, el signo de una grandeza que ya nunca se pierde, el buque/insignia que el poderoso o ex llevará ya siempre por delante anunciando su condición de ladrón magno, de sislero ilustre e ilustrado, de baratero con botines y guante blanco. Ese coche que aún detenta (o sea que disfruta ilegítimamente) don Mariano Rubio es como la carroza de plomo candente de Francisco Nieva, que ahora estrena función en Madrid. Pues el coche de un ex ministro o ex presidente de algo no supone sólo confort, sino también tortura, dolor, melancolía, ya que el coche lleva incluido chófer a quien no hay sitio adonde mandarle que nos lleve, porque ya no tenemos que ir a ninguna parte, ay, como no sea a la mierda. Y el coche lleva incluido teléfono por el que ya no se puede llamar a nadie porque nadie se pone (todos están reunidos), como no sea que el beneficiario llame a su casa para decir que hoy quiere cocochas de primero.
El coche oficial, impunemente conservado, se convierte, sí, en la carroza de plomo candente que tortura el culo y la memoria perdida de don Mariano Rubio. El coche se lo dejan los jefes a los que van a morir, tanto por cortesía como por sadismo. Todo coche oficial es así un coche fúnebre, el que lleva a enterrar el cadáver político de un hombre que metió la basta. El coche oficial de quien ya sólo es oficioso se convierte en un coche de sombra, la sombra de una duda, la duda de Ibercorp, la sombra del poder que se tuvo y se perdió. Es el coche/souvenir, un souvenir negro (los coches oficiales suelen ser negros), es el auto fantasma, es el auto de choque para el que ha chocado contra la realidad, saliendo hecho una braga de su sueño de millones, mujeres y export/import. Está bien que el señor González le conserve, le respete el coche oficial a Rubio, como hacía Franco con sus trincones y sobrecogedores, ya digo, está bien porque hace fino: «Mira, te quito del Banco, pero te dejo el coche para que vayas tirando, hombre». Los políticos, los gángsters y los poetas líricos son muy mirados entre sí y hacen como que se llevan bien. En ese coche se ha conspirado mucho, desde ese teléfono de coche se han hecho muchas llamadas clandestinas al 903 de la pornografía financiera (y también alguna llamada a Carmen Posadas para quedar para la cena y que le tenga planchada alguna corbata). Es el coche fúnebre que cruza Madrid llevando un vivo. Es un coche para banqueros vivos que cruza Madrid llevando un muerto. Es una paradoja y es un coche.
Entre la crueldad de quitarle el coche y la crueldad de dejárselo, Felipe González, que es muy sabio, ha optado por lo último. Así cumple con el protocolo franquista y de paso amortaja un poco a Mariano/Banco dentro de su propio coche. Una vez que estuve de novio con la novia de un ministro del Caudillo, de pronto el Caudillo le quitó de ministro, pero ella y yo seguíamos usando el coche para ir al Club de Campo y al Rancho Tejano a pegarnos nuestros homenajes. Como he disfrutado coche ministerial fuera de plazo, comprendo bien a don Mariano y el cariño que se le coge al coche oficial, y la compañía que hace, casi como una persona. Qué desolación, por otra parte, meterse todas las mañanas en ese coche y no saber adónde decirle al chófer que vaya, como no sea a ese despacho también vacío. Creo que don Mariano ya ni limpia los ceniceros del coche.