Artículos Francisco Umbral

El rollo masónico


Siguiendo con el revival republicano, parece que cada día se hace más evidente la vuelta de la masonería que no se fue nunca. Paradójicamente, ocurre que tenemos que volver a Franco para saber la verdad, cuando su reinado se sustentaba sobre andamios de mentiras. Pero el rollo de la masonería, que nos colocaba en cada discurso, no conseguimos nunca tomarlo en serio. Sabíamos que la izquierda, la revolución y la horda eran el andamiaje del sistema republicano, aunque Franco exageraba en esto como todo orador necesita exagerar para resultar verosímil. Lo que no sabíamos es que Franco, aparte sus manías de dictador y de viejo, creía de verdad en lo que estaba diciendo. Los enemigos de España, o sea sus enemigos, eran ésos: los rojos quemaiglesias, los obreros de alpargata y los ricos por su casa. Pues no. La masonería, por ejemplo, era una cosa que llegaba hasta las cabezas de partido judicial. Y así sucesivamente. Pero hoy los masones de rumor son los presidentes de la Banca, los constructores, que tardaran en cambiar la alpargata por la bicicleta o el seiscientos, y los hijos de buena familia que no han cambiado en nada, salvo en subvencionar los lenocinios peninsulares y los alcaldes tipo Marbella que se bañan desde el yate y con corbata, mientras su compañera sentimental se baña en bolas o con un conjunto de lujo y nada. Los enemigos del alma franquista eran tres: el demonio del dinero, la mundanidad del mundo y la carne de la vecina. Pero socialmente no teníamos más enemigo que los masones, los republicanos, los ateneístas y algunos casinistas que todavía constan en el casino, pero pasarán como pasan los óleos oscurecidos del Ateneo, cada uno en su rincón. Digamos que el sitio más adecuado para un casinista era el Casino, que se valía por sí mismo y no invocaba repúblicas ni guerras civiles ni adulterios borbónicos. En el Casino de Alcalá hacía resistencia pasiva el casinismo puro y duro, que integraba a los legitimistas de la calle Alcalá y que se metían poco en política porque vivían bajo el beneficio de los príncipes, pues en aquel tiempo y en aquel Madrid eras príncipe o no eras nada. Ahora, en cambio, yo tengo amigos duques con camisa de cuadros que antes sólo se ponía un señorito para jugar al tenis con Lilí Álvarez. Así es como la especie de la masonería ha corrido por Madrid y ya no hay ricos y pobres sino pobres enriquecidos y ricos que tienen un periódico, porque queda más intelectual que tener una barragana en un chaletito con loro allá en los finales de Goya. Quizá fue don Juan Pujol el primero que cambió barragana por periódico, culturizando así un poco el palacio de la información que luego quemaría Sánchez-Bella no se sabe si con la redacción dentro. Si situamos las clases sociales por el baremo de la generación del 98, ocurre que la Alianza de Civilizaciones es una múltiple Alianza de señores que lucen mitra, galón militar o la hoz y el martillo de su pueblo. La Alianza de Civilizaciones puede resultar una invención judía, una secta masónica o una nostalgia de Zapatero. El único aclaramiento de todas estas cosas hubiera justificado a Franco en algún aspecto, pero sólo supo utilizarlas para llenar la Plaza de Oriente de aficionados, más algún Vizcaíno Casas.

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