Artículos Francisco Umbral

El valido


Nos reunimos en torno de Sabino Fernández Campo, con el patriarca Lara, Fernández de la Mora, Osorio, Raúl del Pozo, Cándido, Stampa y otros ingenios. Nos concita e incita el libro de Soriano, ese fino y puntual periodista, sobre el que fuera gran valido del rey Juan Carlos. Por mi conversación con Sabino y por la lectura del libro, uno llega a la vieja conclusión de que quien apacienta leones acaba sintiéndose león. Ya Felipe II y Antonio Pérez tuvieron que mandar matar a Escobedo por las entrecalles de Madrid. Sabino, creador de reyes, como el Scaramouche de Sabatini, olvidó sólo una cosa: que los reyes también tienen derecho y facultad para equivocarse. Que la equivocación es al hombre, rey o no, otra forma de respiración, de neumología, de liberación. En todo valido, y Sabino es espejo de los mejores, se dan procesos simultáneos, sutiles y contrapuestos: el proceso que tiende a la beatificación del monarca, a su consagración, de modo que lo quieren y lo tallan perfecto, como si además de rey tuviera que ser santo, como el San Luis de Francia. Tiranizan al monarca por el camino de la virtud, que siempre es mayor tiranía que el pecado. El otro proceso (que viene a ser el mismo) consiste en una contratransferencia por la que el valido va vampirizando las excelsidades de su rey. Al final, el excelso es él y el otro sólo es su obra. Los validos son pigmaliones de reyes. Tienden a pigmalionizar a su señor (supuestamente inferior, por clase, por exceso de clase), como si fuera una florista de mercado. Y, finalmente, todo valido olvida frecuentar suficientemente a Maquiavelo, porque cree que Maquiavelo es él. Pero un rey, el nuestro en este caso, tiene derecho a ser también hombre, como lo tuvo Cristo. Un rey tiene derecho a contar su vida a un lumpen aristócrata y literario, a un individuo de la gallofa heráldica y ágrafa, que a lo mejor consigue mejores confesiones y desahogos del personaje que un memorialista áulico, salvo el maestro de todos, Saint-Simon. Un rey tiene derecho a dejarse hacer fotos con una periodista lábil (y no sólo periodísticamente), y a quemarse el culo al sol de su yate, en altamar, con el culo completamente ajeno a los paparazzi de los helicópteros. Esta fuga humana del rey es la que no soporta ni tolera el valido, Sabino, pues que todo valido se convierte en fundamentalista de su rey, y lo secuestra en nombre mismo de la realeza. Asimismo, Sabino está escribiendo unas memorias que Lara, el independiente, el ácrata, el atípico de la literatura, va a tener la audacia y el coraje de publicar, siendo él marqués. Uno, republicanamente, piensa y siente que Juan Carlos está siendo objeto de manipulación, chisme, largue, entredicho y patarata, como si se tratase de Lola Flores. Quizá Sabino está en la obligación de escribir esas memorias y Lara en el deber editorial de publicarlas. Pero hasta aquí hemos llegado. No me gusta, como azañista, este proceso de banalización de la monarquía, que sólo favorece a falangistas y felipistas. Tenemos un rey, republicanamente hablando, tan excepcional, tan prudente, tan alegre para el pueblo y con el pueblo, tan heroico con/contra los militares, tan cumplidamente rey que es un rey postmoderno. Y me molesta que entre unos y otros estén abaratando eso por el agio, por la vanidad personal, por tirarse el nardo o porque sí. Juan Carlos, al principio, alejó de sí a los palatinos, con buen acuerdo. Pero los palatinos, a la larga, le están compravendiendo, abaratando, publicitando, jodiendo. Esto es lo que los republicanos, con quienes él ha sido clemente, tenemos el deber y la obligación de decir y publicar. Con perdón.

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