Artículos Francisco Umbral

Zapatero


A Zapatero se le había descolgado la sonrisa. El martes, me refiero.Una señora se sentaba a su lado como una alegoría antigua y cansada del socialismo de antañazo pasado por las fotos de Vogue. La pareja del joven brillante y la beata agnóstica daban una imagen de desconcierto, despojamiento y asombro. Era el efecto Rajoy. Gracián definió la envidia como «tristeza del bien ajeno». En este caso se trataba del talento ajeno. Rajoy hablaba como debe hablar un presidente que se la juega. Zapatero, en cambio, hablaba como un mandatario que se siente eterno en el cargo. Ambos, la vieja y el niño, tuvieron que esconder varias veces la cabeza para apagar su risa, porque Rajoy les llevaba, a ellos y al público, de la diversión al asombro, hacía lo que quería con sus superiores e inferiores, o sea. Su providencial discurso lo había escrito Rajoy el domingo por la tarde, cuando uno explota de aburrimiento y va, se pone y escribe un soneto. Don Mariano no escribió un soneto, pero expulsó todo el tedio disfrutando anticipadamente del efecto de cada frase, del hallazgo de cada palabra, de la alegría solitaria del asesino, porque aquella tarde, el domingo me refiero, Rajoy descubría que él era un noble asesino político y había matado, en un paso de cebra madrileño, al pardillo más peligroso de todos los nacionalismos de castañuela, al paleto más agresivo de la España paletoide. En cuanto al presidente Zapatero, que no estaba allí como tal sino como líder de su partido, la máscara de la risa se le perdió debajo del asiento y entonces apareciera en él un gesto grave, preocupado, casi duro. ZP se estaba dando cuenta de que aquella convocatoria suya había sido un error, de que a Rajoy no hay que darle ocasiones de hablar porque cuando habla Rajoy los españoles ven quién es el presidente, pues el orador se torna en un republicano casta muy a la izquierda de su partido, lo justo para llevarse, con cuatro discursos como el del martes, la Presidencia del Gobierno, el asombro del Rey Juan Carlos y de todas las sonrientes dinastías desde Carlos III a la metafórica mano de Letizia. He aquí el hombre que nos puede salvar de los nuevos bárbaros, tan viejos, he aquí el político que está haciendo de socialista porque los rojos no eran así, los de antes o los de Franco tenían, mayormente, otra marcha y otra mala leche que no tiene ZP. El presidente no pensaba en lo que estaba diciendo Rajoy y mucho menos pensaba en el pardal recién salido de la jaula. El presidente pensaba en las elecciones generales y que con un discurso así, verdadero y jarrapellejos, como el de Rajoy, se ganan unas elecciones, se gana la voluntad de los paisanos y se deja diseñada una idea de España que tiene más que ver con los intelectuales del viejo Ateneo que con los sociatas modernosos, aseados y tan pulcros de conciencia política y de look que se les confunde con la derecha de Fraga. En esta semana Zapatero ha hecho nuevas concesiones a las exigencias de Batasuna y sigue fomentando el diálogo que aprendiera en Sócrates, sólo que Sócrates se cuidaba mucho de elegir su interlocutor. Zapatero sonríe, le ha vuelto la sonrisa y una sonrisa suya vale más que todas las verdades de Rajoy.Para eso es el presidente. La alegoría que se sienta a su lado sueña con salir a merendar a Embassy.

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