Artículos Francisco Umbral

Los cisnes


Este periódico me ha recordado, llevándolo a su frontispicio, un viejo proverbio creo que oriental: «Los cisnes son de la familia de los patos, pero son cisnes». Aquí está la clave de toda la política peninsular, y hasta podría añadir un castizo (ese castizo que sacan siempre los que no quieren quedar castizos): Y entre todos han hecho de España un bebedero de patos. Queda como demasiado fácil decir que el señor Aznar es el patito feo de este cuento, pero lo es, no sólo por su falta de telegenia, sino por el papel segundón a que le están sometiendo entre Felipe González y Pujol. Lo cual que Felipe González vino de cisne de Suresnes, allá por los setenta. Un cisne con jersey cuello de cisne. Hoy no es que se haya convertido en un pato patoso, sino más bien en una oca clueca que va anadeando por ahí, por los arrabales del Estado y las charcas de la primavera, seguida de todos los patitos socialrenovadores que piden una salida digna. Es lo que tiene la política, y la vida misma: que a un cisne adolescente lo va convirtiendo en una oca gorda, vieja, ojerosa y cloqueante, infartada del paté y el foagrás de la corrupción. El Poder engorda monstruosamente el hígado de los viejos cisnes («Viejo muere el cisne» era un bello título de novela de los cuarenta). Peor que morir viejo, el cisne deviene oca gorda que cloquea por la televisión y por todos los bebederos de patos o PER del Hondo Sur, pidiendo más elecciones, hasta que la realidad se adapte a las encuestas, o las encuestas a la realidad. La verdad es que cisnes ya no quedan en la vida nacional. Cánovas fue Leda y Sagasta el cisne que se la beneficiaba. Valle-Inclán fue el cisne del 98, y Baroja el pato feo. Azaña era un cisne republicano con hechuras de oca que explotaron mucho los caricaturistas de la época. Federico Trillo es un pato convertido en cisne por el Opus y Fraga es una oca de pazo gallego que pasará a la Historia como el cisne del SEU. Martín Villa, que fuera jefe nacional del SEU, nunca pasó de pato leonés con elegancias políticas de cisne. El último cisne que se ha paseado unánime por la Historia de España es Adolfo Suárez, «deidad de la corriente», como Jorge Guillén definiera a los cisnes del Campo Grande de Valladolid, nuestro Valladolid de entonces. Las adolescentes son cisnes que la vida y la familia numerosa, ahora muy postulada, transformará en ocas gordas y marujonas de las ciudades/dormitorio y las granjas familiares del extrarradio. El señor Rato tiene días de cisne parlamentador y días de pato patoso, mayormente cuando estaba en la oposición. Los cisnes modernistas del Parque Güell, donde a lo mejor no hay cisnes, se están convirtiendo en azulones y patos salvajes que picotean los vertederos del Presupuesto y les disputan la belleza del marinero en tierra incluso a las gaviotas carroñeras de ese Mediterráneo tan bella y tumultuosamente cantado por Baltasar Porcel en su último libro. Voy a presentar ese libro aquí en Madrid, dentro de unos días, y ya estoy disfrutando sus riquezas y barroquismos. Porcel ha descubierto el Mediterráneo, y aquí la frase no significa obviedad, sino una entrada al mar latino que me recuerda las de Saint-John Perse, Morand, d'Ors (al que cita), Durrell y tantos, porque el Mediterráneo no es sino un lago lleno de cisnes literarios que ahora han pactado, ay, con los patos y ocas de la charca y el secarral.

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