Artículos Francisco Umbral

Glez.


El señor Glez. está de acuerdo con el ministro de Defensa, un tal Serra, en que el Gobierno no tiene por qué darle a los jueces ni un papel de fumar ni un papel higiénico. El señor Glez., llegado el momento, negará que él haya perdido su urgente tiempo en escuchar las conversaciones del rey Juan Carlos con exóticos príncipes impronunciables. El necesita el tiempo para cosas más útiles, como apostar a los caballos en Vincennes, que ahora es socio del caballo de Sarasola y el tema parece que funciona. Jaspeado de canas, encurtido de papeles y manglanos, iluminado de escándalos, Glez. es el miedo de Aznar, la nueva/vieja esperanza de España, el terror de Ferraz, el confalonero de los parias de la tierra y la famélica legión, que silba La Internacional al frente del cementerio civil en pie, en marcha sobre La Moncloa. Por eso Aznar le tiene embalado con los papeles del CESID en un sobretón de Seur que no sabe a quién remitir, quizá a herr Convoluto, en cuya casa de Chamberí el cartero siempre llama dos veces, pero Alicia ya no vive aquí. Hay un Felipe eterno, latigante, hecho de optimismo y mentira, de marengo y colesterol, de odio y viajes, que tiene otra vez muchos votos, que humedece a las marujas, hipnotiza a la derecha, fascina a las puris, deslumbra en las cancillerías y las peluquerías, vive de las apuestas, los caballos y un PER que le va a hacer Aznar con peonadas falsas, tipo Juan Guerra. El Día de la Raza (si lo es para los vascos, ¿por qué no lo va a seguir siendo para nosotros?), Glez. no estuvo a ver al Rey, ni tampoco doña Carmen Romero. Carmen Romero estaba en Embassy con Miguel Angel Aguilar, muy en plan colegui (y una niña), poniéndose ceguerones de vermús, llorando la dulce derrota sobre la guinda y profanando el santuario de la derecha eterna y la aristocracia golosa, Castellana esquina Ayala. Si él vive ya de las apuestas, como un personaje de Henry Miller, y ella se ha convertido en una chica/telva que alterna por los aledaños de Serrano, bien podemos decir que en ese matrimonio la moral de victoria es nula y ahora se dan a lo lúdico, lo ludopático, el hedonismo, el epicureísmo y el complejo de derecha, que es como el «síndrome de Estocolmo», pero con vermú. De quienes han deshollinado todas las negruras del robo, el crimen, la corrupción y el espionaje, o sea EL MUNDO, dice Glez. que somos amarillos, pero ocurre que estos investigadores yellow le han echado a él a la calle, le han dejado el carisma hecho una braga y le tienen a los pies de los caballos judiciales. Todo esto, señor Glez., no se consigue mediante el amarillismo, que sólo dura un día y sirve para vender una tarde, como lo del Sun con la señorita Di, que naturalmente era otra la del vídeo. El amarillismo es mal periodismo de unas horas, pero usted lleva muchos meses bajo sospecha y con esas ojeras moraítas de martirio. Estuvo bizarro cuando dijo que hay que dejar en paz a los jueces para que actúen, pero eso sólo era tirarse un nardo, porque ahora que lo tiene cerca dice que la Ley no puede juzgar la política y pone el ejemplo de la guerra del Pérsico, que es un ejemplo que no se entiende. Pero la gente reciente, los de 20, tenían siete cuando él tomó el poder, de modo que le votan, y mucho, porque es lo que han visto siempre, como nosotros con Franco, y le identifican con la infancia feliz, la primera paja, la primera novia, el primer periódico y el primer porro. Eso tira mucho.

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