Castro / Aznar
Es muy fácil ahora tronar contra el trueno de Fidel Castro, recordar que es un hombre violento y atrabiliario, remontarse a la historia para rememorar sus desplantes y puertas a Felipe González (que en su día hicieron nuestras delicias), pero lo cierto es que quien se ha equivocado el primero ha sido el señor Aznarín, presidente del Gobierno español, convirtiendo un almuerzo diplomático en uno de esos almuerzos con hortera que no hay un dios que los levante. Quizá Castro se haya equivocado rechazando al señor Coderch como embajador, pero quien se equivocó primero fue Aznar, eso está claro y es cronológico. Castro es un coloso triste con el que no hay que jugar a intercambiarse las corbatas ni decirle inconveniencias en una mesa protocolaria y convencional. Máxime cuando uno viene de felicitar a Clinton por su bloqueo a Cuba y de convertir España en el portaaviones de Estados Unidos. Quienes tuvimos en nuestras manos la maqueta de lo que iba a ser el nuevo Estado de la derechona, sabemos bien que aquello no era sino palabronería, saludos de padrote, juego de damas, caciquismo excesivo y cobardía postrera. Nada en su justo medio, nada coherente ni calculado ni medido ni meditado. Así es como los más auspiciadores le dan a este Gobierno una vida de aquí a la primavera. Los creadores de opinión se dividen ya en dos bandos: quienes postulan la moción de censura contra Aznar (Pujol la suscribiría, quizá), y quienes esperan que González pida convocatoria de elecciones antes del verano. Aznarín lo tiene un algo crudo. Por si tenía poco con los talibanes periféricos, se ha buscado un talibán caribeño y listísimo que ha visto pasar delante de su puerta el cadáver político de ocho o nueve presidentes americanos, de ocho o nueve yanquis enemigos. Toma ya. Aznar no le va a durar a Castro mucho más de lo que le duraron Kennedy (Bahía Cochinos) o Nixon. Se ha buscado el peor enemigo de la tierra, aunque parezca el más solo. Aznar ni siquiera tuvo en cuenta lo que sabía el mundo entero, cuando provocó a Castro: que Castro iba a ser recibido por el Papa Juan Pablo una semana después, y esa portada de ABC donde ambos se cogen las manos, le pongas el texto que le pongas, es una de las imágenes más emocionantes y expresivas que se han dado en varios años dentro de nuestro mundo de la imagen. La vieja diplomacia vaticana y la joven ancianidad del Papa, que de pronto acepta a Darwin y a Castro, tienen grandeza máxima y nos permiten vivir uno de esos momentos históricos en que da gusto haber estado allí, aquí. Sólo un político cuya largueza intelectual no llega más allá de su bigote ha podido meter un pie tan ridículo. Ningún otro mandatario del mundo lo ha hecho. Aznar sólo tiene en su descargo el argumento de que está rodeado de mediocres por todas partes, menos por una que linda con Ana Botella. Quiero decir que con un ministro de Exteriores como Abel Matutes, a quien tuve que defender una vez en Ibiza contra quienes le llamaban el «padrino» de la isla, tampoco se puede ir demasiado lejos en eso que se llama diplomacia internacional. En los años liminares del nuevo 98, hemos vuelto a perder Cuba como en 1898. El Desastre ahora tiene nombre propio, se llama José María Aznar. Aznar, el amigo y defensor de Hasán, que nos está jodiendo todo el rato, se siente muy demócrata clintoniano frente a Castro. Así las cosas, la izquierda no tiene más que esperar sentada.