Artículos Francisco Umbral

Pilar del Castillo


La ministra de Educación, Pilar del Castillo, ha dicho, entre tantas, una cosa que nos parece de pensamiento muy fino: «La LOGSE, en una serie de aspectos, ha sido negativa, entre varias cosas, porque se inspiró en la ausencia de esfuerzo». Ahí, ahí. La ley del mínimo esfuerzo. Hacer la enseñanza fácil, tolerante, «atractiva». Y qué más da una hache de menos, y qué más da un quebrado de más, y qué más da una fórmula sin resolver, cuando está sin resolver la fórmula de la vida. La ley del mínimo esfuerzo ha sido muy popular en España, mayormente entre los vagos: la asignatura más fácil, la carrera más fácil, las oposiciones más fáciles. Las prolongadas genealogías de los vagos han creído en esa ley durante muchos años. Que el niño no se mate estudiando, que el niño no se ponga tísico estudiando. «Estudiar tanto no es bueno», decían las visitas. El PSOE y sus plurales gobiernos cayeron en la demagogia de la enseñanza, en la lasitud (los cultos ponen «laxitud», con una equis incómoda que no nos descansa nada), en la permisividad, en una anarquía docente que era un paraíso de la abulia para profesores y estudiantes. La cosa es que salieran muchos titulados y tituladas de algo en poco tiempo. España necesitaba grandes cosechones de patata y de licenciados en empresariales. De ahí la preferencia de las enseñanzas técnicas sobre las humanísticas. «Enseñanza práctica», ha sido el funesto lema. Pilar del Castillo, que no es del PP, opta más bien, como ministra, por la ley del esfuerzo, por el esfuerzo de toda ley física, lírica o matemática. Y no es que esté mimetizando a Aznar, ni mucho menos, ya que su propia carrera, o sus plurales carreras, nos enseñan que por dicha ley moral se ha regido su vida laboral y política. Se acabaron los novillos. El título para el que se lo curra. Eso es lo que nos anuncia Castillo. Porque el mínimo esfuerzo ha sido ley de vida en España. Se heredaba la pequeña industria familiar de papá y a vivir, que son dos días. Si algún derechohabiente se proponía mejorar, ensanchar esa industria (de cacahuetes, por ejemplo), en seguida salían los coros de viudas blancas y negras: «Pero qué ambicioso el sobrino, adónde querrá ir con tantos cacahuetes». De modo que luego el PSOE, con su permisividad lectiva, no hizo sino empalmar con la rancia vagancia (importa mantener la cacofonía) de los ancestros. Lo moderno no es La casa de la Troya. Lo moderno es estudiar con exigencia, puesto que exigentes son las empresas que seleccionan su personal. Esto del capitalismo no es un baile de las debutantes, sino una empresa donde se curra como en el socialismo o más. La ministra Pilar es la única de toda la democracia que ha visto y explicado todo esto con claridad y autoridad. La ley del menor esfuerzo es sólo el punto por donde se rompe la cuerda. El esfuerzo tiene que ser sostenido, porque, además de su rendimiento, ayuda a forjar por dentro hombres y mujeres. A uno mismo, en la España de los vagos, le acusan de trabajar demasiado. Y hay que defenderse de esta acusación como de un pecado nefando.

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