La tregua
La tregua con la cosa de los vascos era un vasto espacio de esperanza, de quietud, un ensayo de paz, pero ocurre ahora que a la tregua hay que estarle echando remiendos todos los días. Dijo HB algo del acercamiento de presos, no como petición sino como conminación. Dice cosas Arzallus todos los días, y la última ha sido ésta: - Nos veremos en la calle. Quienes suelen elegir la calle para hacer política son los violentos. Cuando más volcado está todo el mundo a los despachos, Arzallus vuelve a amenazar con la calle. Ahora corresponde a los editorialistas quitarle hierro a Bilbao, quitarle intención a Arzallus, echarle otro remiendo a la tregua -esa abstracción- para que la sábana no se rompa, o la cuerda o lo que sea. El señor Arzallus tiene la obligación implícita de ser cada día más etarra que ETA, pero sin despeinarse ni ponerse el capuchón. Y esto le obliga a un delicado equilibrio para tener consigo a HB y, por otra parte, que Aznar le siga recibiendo en La Moncloa. Lo de «la calle» ha quedado muy cheli y habrá gustado en el entorno de Arzallus, pero a los editorialistas de Madrid, ya digo, les obliga a vestirse de sofistas griegos y zurcir con su prosa el desgarrón que el vasco ha hecho en la tregua. Ni las hilanderas de Velázquez van a hilar tan fino. La tregua, «la tregua», la tregua. Podemos escribirlo con comillas de reticencia o con cursiva de singularidad. Pero lo cierto es que la tregua no ha ido engordando con los días, extendiéndose en la esperanza popular, sino que un hachazo dialéctico de alguien viene todos los días a cortar la cuerda. «Si no acercan los presos, nos encontraremos en la calle». Toma ya. El señor Arzallus está cabreado desde la noche de las elecciones, y lo comprendemos, porque el resultado le obliga a insistir en su doble papel de pacificador y heraldo negro. Pero el desprecio del español le lleva a construir frases abruptas en esta lengua. Eso de encontrarse en la calle, que parece una amenaza de chicos a la salida de clase, tiene tensión de declaración de guerra y matonismo de hombre armado. Unos y otros quieren conseguir bazas mientras dura la tregua. Están comerciando con los presos en un ir y venir hipotético. Esto es una guerra dialéctica más que una tregua preparatoria de la paz. Esa sábana de tiempo, ese tapiz, es cosa que se va tazando, tejido que se va deshilando, y ya se ve al trasluz la agresividad de unos y el ademán de los otros, el Gobierno, que ha pasado de la actitud de descanso a la de firmes. No se debiera engañar al pueblo con una promesa de paz que está por negociar. Sólo que el pueblo es escéptico y sigue barzoneando, poco crédulo, por las zonas peatonales de mucho picar, en Madrid como en Bilbao. El «nos veremos en la calle» de Arzallus es lo más claro que se ha dicho hasta ahora sobre la tregua. ETA ha sido mayormente una guerrilla urbana y Arzallus vuelve a amenazar con la calle. Mayor Oreja se palpa las cartucheras y las carnes. No pasa nada, la esperanza está viva, pero el fino tejido de la tregua lo ha quemado Arzallus por una punta.