El segundo 'match'
José María Aznar salió , saludó a la presidenta, señora, y nos colocó el rollamen de todos los documentos que avalan la guerra contra Irak y la intervención de España en esa guerra. Lo que pasa es que la sangre no se explica con burocracia, y aquí va a haber sangre. El tema de Irak es una cosa que Aznar lo borda. Se corresponde justamente con su ordenamiento burocrático del mundo y con su occidentalismo de castellano viejo. Aznar tiene todos los papeles de Irak en guerra y además ya ha hecho los deberes. Lo cual que estuvo celérico y deslumbrante. Sin embargo, hay un malestar que nos queda a los espectadores. No es esto, no es esto. Y es que Aznar está defendiendo una mentira universal: el derecho a la guerra. El hombre, que es un suicida nato, ha inventado la guerra como suicidio colectivo. La ONU es una factoría de legalizar guerras más que de impedirlas. Nunca ha tenido fuerza para otra cosa. La izquierda viene de la idea y la derecha viene de la oración. Aznar, el miércoles, defendió el «no matarás» del Papa, pero predicó la muerte como salud del mundo, al igual que hiciera Marinetti en las entreguerras del siglo XX. Aznar se ha manifestado como un dialéctico habilísimo. Principia por arruinar la objeción del contrario, y luego, una vez arruinada como una nuez seca, la machaca y la tira a la papelera. Esto lo hizo innumerables veces a lo largo de la tarde del miércoles, siempre incansable, siempre combativo y siempre igual. Es un político difícilmente cuestionable porque está entre el robot y el guerrero. El robot le aclara las cuentas y el guerrero le aniquila a los contrarios. Ante un caso político tan singular -Aznar sincerísimo defendiendo una mentira- el señor Zapatero se vuelve cada día más adolescente y practica juegos florales, como le dice el presidente, es decir, suelta toda su fraseología florecida de tópicos primaverales ahora por marzo, pero presenta mucho menos bagaje que el vallisoletano.Digamos que la eficacia está de parte de Aznar y la razón de parte de Zapatero, salvo la impaciencia electoralista que se le sale por los picos de las cejas. Cuando Aznar le contesta, Zapatero es ya la muerte del cisne con maquillaje socialista.Tiene palidez de lirio en camisa, tiene gravedad de alumno suspendido, tiene tristeza de novio abandonado. Caldera, junto a él, quiere hacer las veces, pero, naturalmente, no es lo mismo. Caldera no se atreve a moverse porque la sutilísima señora Rudi le manda en seguida que se siente. Zapatero es un Hamlet mordido por las dudas y Caldera es un Falstaff con el optimismo chafado. Así es como se desarrollan las cosas durante toda la velada.La derecha da el gran espectáculo que le es propio con una escenografía muy acorde, desde la buena educación de Aznar hasta la elegancia ni errática ni desnuda de madame Rudi. La izquierda se presenta embarullada y aporta su cisne al lago de los cisnes. La izquierda trae la palabra del mundo, el grito de la paz, y la derecha trae el documento de la guerra, que podría globalizar el derechismo de los Estados Unidos y de todas las democracias febles que sueñan una guerra para robar neumáticos y vitaminas. La izquierda tiene casi toda la razón, pero la derecha tiene las formas, y las formas, en política como en poesía, a veces son el fondo. Aznar se vistió el batín de seda del púgil campeón.