Ochenta años
El maestro Fernando Lázaro Carreter ha cumplido en estos días 80 años jubilosos y bien podemos decir que es el más escritor de los filólogos y el más filólogo de los escritores. Recientemente nos ocupábamos de él con motivo de la publicación en libro de El dardo en la palabra, que es no solamente una vasta y amena lección de castellano, sino, ante todo, una manera de escribir, de hacer literatura, entre la precisión y la ironía, como un clásico que hubiera leído a los modernos. Lázaro Carreter es quizá el académico más conocido en la calle como académico y no por otros méritos. El dardo en la palabra no es sólo una lección de escritura, sino una amena lección de lectura -la que él practica- y supone un ejercicio literario nuevo que, lejos del «instruir deleitando» deleita escribiendo.La gran prosa de Lázaro Carreter está en sus libros sobre Quevedo y otros clásicos, porque Lázaro Carreter es el hombre/libro, tan identificado con sus autores que, mucho más que una asignatura, deja en nosotros toda una cultura. Como ya he escrito otras veces, me parece propio de un pudor respetable pero superado, el que Fernando Lázaro rehúya la autoría de sus obras más populares. Hoy hemos dado entrada en el extenso galpón literario a los autores que escribieron del pueblo y para el pueblo, dando por supuesto que el pueblo era una cosa muy divertida, y efectivamente lo es desde que tiene el privilegio de no inmiscuirse en las guerras de los poderosos, como ha ocurrido ahora. Si antaño vivimos el esnobismo de lo selecto, hoy vivimos el esnobismo inverso de lo popular, que algunos llaman pop. FLC tiene derecho a que se reconozca su teatro del pueblo, como se reconoce el de Lope o la novelística de Miguel Delibes. Superado el aristocratismo de los géneros, que no conducía a nada sino a consagrar valores dinásticos, hoy nos bañamos en el distanciamiento galdosiano, pero sin incurrir en esa distancia que imponía Galdós como autor. Sólo quien ha vivido tanto la calle, quien ha escuchado la querella o la plegaria de cada esquina de la gran ciudad puede decir que sí, que la ciudad sí es para él. Lázaro Carreter puede decirlo hoy con la misma autoridad que los glosadores de nuestras clases medias y bajas. Madrid sigue siendo el suyo, estadísticamente, ambientalmente, más que el Madrid artificioso y manhattánico de nuestros primaverales novelistas. La literatura es una profesión longeva, pero hay que saber con qué se llena esa longevidad, y Fernando Lázaro la llena todos los días, como ayer mismo, cuando nos decía que la Academia necesita hoy más filólogos que creadores. Razón que le sobra. La labor de un buen filólogo siempre es más duradera y edificada que la de un creador mediocre. Felicitamos a Lázaro Carreter en su 80 cumpleaños, o más bien felicitamos a ese racimo de años por haber encontrado tan buen jardinero. Dijo Azorín aquello tan sabido de que la vejez es la pérdida de la curiosidad. Nuestro autor de hoy no puede perder la curiosidad porque la curiosidad es él. Le interesa la vida de cada palabra y cada palabra de la vida. No es hora oportuna de hacer recuento de nuestra mutua fidelidad. Yo preferiría hacer recuento de mis infidelidades, porque en ellas está el hombre, mayormente el hombre bueno.