Caridad navideña
El Ayuntamiento de Madrid ha tenido un detalle, hombre, ahora por navidades, con los mendigos mayormente. Así como el alcalde quiso en alguna otra ocasión echar a los durmientes del Metro, el único sitio cálido de la calle, porque el Metro también es calle, ahora atacan contra los durmientes de banco, esos transeúntes de la nada o ciudadanos menesterosos que en todo tiempo, invierno o verano, duermen en un banco de la Castellana, por ejemplo, a todo lo largo, casi felices, envueltos en periódicos cuando el frío y puestos de camiseta cuando el calor. Esto a nuestro Ayuntamiento debe parecerle una vergüenza, o que hace feo, porque el pensamiento conservador, como todo lo conservador, sólo tiene un criterio estético de las cosas, y los bancos con muerto/durmiente no componen ni conjuntan con el urbanismo de la Castellana. La sorpresa navideña que les teníamos reservada a nuestros pobres (ocho millones en toda España) era ésta de quitarles su último lecho, el banco público, porque luego ya, el lecho final está bajo tierra o debajo del banco. Cuando las patas del banco lo permiten, ahí muere el pobre con su perro, su zurrón y su gloria de hombre libre y sin camisa. Pero los alcaldes conservadores son gente muy mirada y astuta. Lo que se ha hecho en la Castellana es ponerles «reposabrazos» a los bancos, una cosa que queda muy cómoda para sentarse, pero imposible para tenderse, ya que corta el banco en secciones. Así, con apariencia de atención al personal, se priva de su alcoba de intemperie a los marginales. Espero que la clase indigente, que es la más digna y hermosa de esta España de alguaciles alguacilados, se decida una noche de éstas a quemar unos cuantos bancos para darse calor. Yo les sugiero los que hay a la altura de lo que fuera el ABC, es decir, los de los primeros kilómetros de la Castellana, pues luego, ya en Azca, los bancos son hostilmente geométricos o bien no hay bancos. Podría ser de mucho lucimiento, casi como las bombillas de Preciados, quemar unos cuantos bancos, que tienen casi el siglo del siglo, o sea que son viejos y arden bien. También habrá, estoy seguro, el astuto y manitas que sepa desmontar el reposabrazos o novedad del banco, para dárselo a un perro como si fuera un hueso, y volver a tenderse tan a gusto, boca arriba o de costado, eso va en pobres, a dormir estas largas noches de diciembre/enero, que se van acortando en su rigor después de Reyes. «Por Reyes lo conocen los bueyes», decía mi abuela. ¿Y si aparece el guarda o la policía? Si es la policía, va uno y se entrega, que ellos te llevan a dormir a un calabozo acogedor de sucia humanidad. Si es sólo el guarda, «se le cuelga por el cuello hasta que muera», entre unos cuantos menesterosos, según la Ley del juez Lynch, tan practicada al sur de Río Grande, y tengamos en cuenta que la Castellana es nuestro Río Grande, con sus curvas fluviales. Sería todo muy hermoso. Mientras Alvarez del Manzano le canta al Nacimiento de la cosa, sus secuaces han trabado los bancos de nuestro ilustre paseo para que ningún pobre ose perturbar estéticamente el crismas que es Madrid en estas noches. La medida del alcalde es un poco cruel, pero seguramente lo hace por el bien de los pobres. Los pobres y los vagabundos son como los hijos golfos de todo alcalde.