Artículos Francisco Umbral

Aristocracias


El racismo es la aristocracia de los pobres. El nacionalismo es la nobleza de los sin nobilitate. Por eso los movimientos étnicos -Kosovo- son siempre demagógicos. Milosevic resume en sí toda una ETA personal, con lo cual no estoy justificando a la OTAN ni procesando a ETA. El nacionalismo no es sino la exterioridad del racismo. Los fenómenos raciales tienen más grandeza, más leyenda y quizá más peligro. Suelen llevar a la guerra. Los nacionalismos pueden gestionarse políticamente, como está ocurriendo con el catalán. El fanatismo étnico es una forma demagógica de aristocracia. Los grandes demagogos mueven la historia y la multitud a fuerza de sublimidad étnica. Esta sublimidad se difunde veloz entre las masas, elevadas de rango con el solo discurso de un líder, y por tanto fanatizadas. Pero el discurso de las etnias sirve, sobre todo, para postergar el discurso económico -pueblos irredentos-, porque la raza humana es una raza imaginativa y puede abandonar sus cuatro perras y sus palanganas para irse a una guerra de nobleza de sangre. La aristocracia es un estado natural del hombre que a unos les ha sido dado y a otros no. Pero entre las aristocracias también ha habido guerras continuamente, porque siempre se puede ser más aristócrata, según qué rey. Los antiguos resolvieron el problema convirtiéndose en dioses. En realidad, la aspiración teocrática está vigente en cada hombre, desde el carbonero en adelante, hasta el primer ministro (pero más fuerte en el carbonero), porque somos «dioses deseados y deseantes», según nos enseñara Juan Ramón Jiménez (admirablemente releído por Caballero Bonald en su último y admirable libro de ensayos). El tirano es un dios deseado con el que sólo nos identificamos muriendo. Hoy, la grandeza de Milosevic sólo la tiene un cadáver. El hombre es un dios deseante porque no le basta con tener una Creación a su alcance, sino que necesita destruir la del vecino. Alguien desea ser como alguien, siempre, y alguien desea ser deseado/a. Y pongo a porque en la mujer es mucho más evidente la necesidad de ser deseada, que no seducida ni violada, ojo. Esta guerra quedará como «la guerra humanitaria», como la llaman todos los medios, maestro Lázaro, con lo fácil que sería decir guerra o catástrofe humana. Pero en una época de prisas tendemos curiosamente a alargar las palabras. ¿Cómo una catástrofe -lo leo hoy mismo- puede ser humanitaria? Humanitario, en todo caso, es el remedio, que en Kosovo no se ve venir, por otra parte. La barbarie gramatical de Occidente va machihembrada con la barbarie militar. El ministro español que dijo «catorceavo» por «decimocuarto» (y a mí me llama autodidacta Campmany) es el mismo, Solana, que ha desencadenado una guerra «humanitaria». La contradicción en los términos resuena como las bombas, de modo que hay bombardeo gramatical para rato. Cada ser se siente único, rey o dios en lo suyo, cada raza, cada sangre, cada etnia, cada nación, cada pueblo, cada puebla, cada aldea, y esto lo aprovechan los políticos para amortizar su armamento. Dos elefantes macho no podrían vivir juntos en época de celo. Se matarían por una elefanta. A Milosevic sólo le falta la trompa.

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