Mujeres
En estos días luctuosos dos mujeres apuñalan a sus compañeros, un hombre de 50 acuchillado en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, y muerto a consecuencia del tajo asestado presuntamente por su esposa, tras mantener una discusión en casa. Por otra parte, agentes policiales detuvieron en Bilbao a una joven de 24 años por clavar una navaja a su pareja en el pecho. Como hay otros casos aislados le parece a uno, al fin, que la rebelión de las mujeres frente a la violencia masculina se va haciendo realidad urgente, ante las vaguedades de la autoridad cuando se les presenta uno de estos casos. Ya el teatro griego se nutría de estas revoluciones femeninas, que no han cesado a través de la Historia. Quiere decirse que la mujer se toma la justicia por su blanca mano y ya era hora. Cuando los griegos también era hora. Hay un hecho común en los dos sucesos recientes que reseñamos al principio. Me refiero a que ambas han preferido el cuchillo de cocina, tan sibilino, a la escandalosa pistola masculina y fálica. El cuchillo es una plata doméstica que navega la carne bravía del macho como un pez entre dos aguas. La conducta del metal, nocturno o no, es la conducta misma de la mujer, que suele hacer las cosas sibilinamente, tanto el mal como el bien, sin dar un ruido y sin manchar una alfombra. La mujer, desde muy pronto, aprende a infiltrar sus palabras y pensamientos en el hombre, siempre por vía secundaria y haciendo el minué de la humildad, que es lo que mejor le sale. Hay otro detalle común a todas las maltratadas, y es que tardan en ir a denunciarlo o no van nunca. Todo lo más se lo cuentan a la vecina del perejil prestado. Esto quiere decir que antes de dar el escándalo, la nota, la mujer prefiere esperar la oportunidad del cuchillo que duerme en la mesilla o entre la plata revuelta de los cajones de la cocina. Ahí cifra ella su venganza y la solución de sus males. Por el contrario, los hombres somos ruidosos, torpones, y recurrimos en seguida a la Ley porque, como animales sociales, todavía creemos en la Ley y sus lentificados procesos.La mujer, que vive más en su mundo y fuera del mundo, siente pereza de convertir lo suyo en un asunto de papeles timbrados que no acaban nunca de parir otros papeles. Uno animaría a las señoras a matar más como solución a sus problemas domésticos.Lo hacen muy bien y a veces clavan el cuchillo sin necesidad de cuchillo. No es que estén más o menos civilizadas que nosotros sino que son de una carne más fina, de una fibra más delicada y tratan estos asuntos domésticos como si sobre el cuerpo o la cabeza calvorona del marido estuvieran haciendo ganchillo. En un país como España, donde la Ley es lenta y los jueces se han vuelto muy políticos, un crimen doméstico es cosa de poco momento. Con eso no se hace carrera. La mujer sabe todo esto sin que se lo diga la televisión. Hasta que un día saca la navaja, en Sanlúcar o en Bilbao, y resuelve el atestado cortándole los cordeles o cortándole el escroto al padre de sus hijos o a otro que pasa por tal. Lo de nuestras mujeres es una guerra de guerrillas que se parece a la de Irak. Sobre Irak ya ha dicho Rajoy que no hay que confundir la violencia con el resentimiento. Nuestras mujeres no matan por resentimiento sino por aburrimiento.