Artículos Francisco Umbral

Teoría del absurdo


Algún personaje político ha dicho que la prolongación indefinida de una guerra, aunque se llame posguerra, lleva siempre al absurdo.La posguerra española, que duró cuarenta años, acabó siendo no un sistema bueno ni malo, sino un sistema absurdo donde se rezaba y fusilaba en el mismo día feriado. No sabemos si lo que pasa en Irak es justo o injusto, pero sabemos, como ha dicho ese político, que está entrando ya en el absurdo, con toda su confusión, su cruce de insignias y su progresiva desmotivación. «El absurdo» fue un género literario, mayormente teatral, al que, mediado el siglo, dieron contenido Adamov, Ionesco, Samuel Beckett, nuestro Fernando Arrabal y otros. Ante un próximo Premio Cervantes, Arrabal se lamenta de que Cela, Umbral y Hierro, los tres a su favor, no consiguieron este premio para él, y que por lo tanto no lo va a conseguir nadie. Samuel Beckett, con sus novelas y teatros, logró una definición estética y filosófica del hombre. El arte del absurdo es la plasmación en palabra o imagen de la eterna descomposición del hombre en tiempos, anhelos y lugares. Somos absurdos porque nuestro tiempo personal no coincide con el reloj de las catedrales y su hora gótica. Somos absurdos porque nuestra eternidad sin límites se interrumpe en Bagdad cuando la guerrilla quiere volar dos coches militares que regresan de un secreto y van a otro: el secreto de la muerte. El absurdo es siempre lo que mejor explica las cosas que no tienen explicación. El absurdo es la dimensión más misteriosa y estética de nuestra vida. José María Aznar le preguntó un día, memorablemente, a Anasagasti cuántos muertos hacían falta para que ETA dejase de matar. La otra tarde Anasagasti le ha devuelto la pregunta: ¿Cuántos muertos hacen falta para que España se retire de Irak? Es lo que tiene la violencia, grande o pequeña: que cultivada dialécticamente en seguida nos lleva al absurdo. España, como otros países, mata hombres en Irak y cuenta con que maten a los suyos. La conquista de la paz por la violencia es la apoteosis del absurdo. Un razonamiento que puede prolongarse hasta el infinito porque el oficio de matar se ha convertido en el oficio cotidiano y bien conocido de ambos bandos o de los miles de bandos que pululan por la zona. La guerra es la santificación del absurdo por el camino de la violencia. La paz es ese período satisfecho y monótono en que se sueñan viejas guerras y viejas violencias.El hombre, sometido a razón, vive esta paz como su estado natural, pero su estado natural es la guerra, que así se forjaron las especies. Argumentar la guerra como exaltación de la paz es una ceremonia de la confusión digna de Fernando Arrabal. En este vértigo del absurdo están cayendo los occidentales y los mediorientales.Primero construimos un absurdo como una casa y luego lo razonamos con palabra política y militar. El teatro del absurdo tuvo mucho público en tiempos de paz. Hoy no es necesaria su vuelta porque el absurdo habita en Naciones Unidas, en la OTAN, en Irak, en España y en la Casa Blanca. El absurdo fue la última vanguardia europea y hoy es la primera razón de unos y otros para matar gente. Digamos que todos hacen muy bien su papel.

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