Artículos Francisco Umbral

Felipe González


Asistimos en este cambio de año a dos despedidas. La de José María Aznar, demorada y descreída en el común de los peatonales, y la de Felipe González, inmediatamente admitida por ese procomún e incluso por su partido, como única salida razonable para el brillante y alejado líder socialista. ¿Por qué se van uno y otro? Aznar había anunciado hace mucho tiempo su propósito de dejar la política nacional y su callada intención de trabajar a nivel de líder internacional. Una cosa explica la otra y pronto veremos si es así. De momento va a dejar España en situaciones difíciles.Pero sería muy escandaloso que se volviese atrás. Y hay hombres a quienes no se les permite el escándalo, porque ellos mismos han creado esa ley no escrita. En cuanto a la decisión final de González, es una despedida con características de despido. Pone sombra en las vastedades de un gran partido y pone desconcierto en el interior de esas vastedades.Desconcierto que se añade al que crean cada día sus líderes con pactos y antipactos. Me decía mi maestro Camilo José Cela que «el que pacta pierde». El no pactaba nunca. Pactar es una manera vergonzante de perder. El político que se va entregando mediante pactos es como la mujer que se va entregando mediante pendientes y otras joyas por supuesto falsas. La palabra final ya la conocemos todos. Felipe González dicen ahora que fue un estadista chapucero, manazas, que quiso enfrentarse al terrorismo sacando él el primero y sin saber siquiera si el enemigo tenía un revólver para disparar.Esta deficiente estrategia la utilizó con los pistoleros, con los banqueros, con algunos amigos y con algunos enemigos. Tuvo diez años de gloria y otros diez de deslumbrante bajonazo, donde perdió el estilo vestido de gloria como los toreros pierden la oreja vestidos de luces. Digamos que a González le ganó la impaciencia.Quiso resolver España y resolverla pronto, como si tuviese prisa por acabar la partida de póker que estaba jugando en otro sitio.Pudiera decirse que no creía en lo que estaba haciendo, o más bien que no creía en España, como dicen que dijo la noche del 23/F agachapandado debajo del escaño: «Mierda de país». Se le opina de palabrón, padrote y baratero, pero ¿qué político no lo es? Winston Churchill se jugaba una batalla por una frase y ganó el Nobel por unas crónicas de guerra. Kennedy sabía que le iban a matar y llevaba dispuesto el regazo de Jacqueline para dejar caer en él la cansada cabeza. Azaña se negó a ser el presidente de una guerra civil y se fue a Francia, que era su verdadera patria de afrancesado. Franco juró la bandera republicana cuando sólo pensaba en traicionarla. La mentira, pues, y el doble juego, están en todos los políticos, grandes y pequeños. La mentira es un arma política y González tiene tanto derecho a usarla como los demás, según pronostica Martín Prieto en este periódico.Si todos fuésemos enteros y creyéramos en la política no haría falta política. FG empezó por desengañarse de sus propios sueños. Luego aprendió que la derecha era más sólida que los franquistas de pancarta.Finalmente, empezó a pactar con la Banca y la empresa. Ya lo hemos dicho: «El que pacta pierde».

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