Artículos Francisco Umbral

Madrid, cheka urbana


Hubo un 18 de julio en que Madrid fue cheka urbana, y ya lo seguiría siendo durante muchos años. Esto quiere decir que en Madrid se mataba de paisano, se ultrajaba a los conocidos y se perseguía a los hombres libres. Fue el Madrid de la Guerra Civil, donde había una República reciente y evidente, pero donde principiaba a ejercitarse el matonismo de clase y el asesinato limpiamente documentado. Las chekas de aquel Madrid tenían una luz gris/policía, una tiniebla por donde se abrían paso los peatones irrremediables de la muerte. Tal día como ayer, 18 de julio, Madrid dejaba de ser la capital de España para convertirse en la cheka castiza de unos cuantos artistas que mataban por lo fino y practicaban todos los atardeceres como pianistas de la pena de muerte bien orquestada. Han pasado muchos años y Madrid no olvida que aquí se mataba con el estilo fúnebre de los toreros cojos. Puestos a recordar, recordaríamos al conde de Romanones, aunque hubo otros peores, pero nos asombra, sobre todo, la vigencia de la muerte de paisano en la capital más civil de la península. Todavía ha conocido uno mucha gente a la que fusilaron en las chekas de Madrid, e incluso hemos conocido al autor de Chekas de Madrid, Tomás Borrás, un mozallón goyesco que tenía tertulia en un café de Recoletos con altos funcionarios porque la muerte se había convertido en un trámite, en el último trámite de la guerra, y el asesino iba tan documentado como la víctima, que en ciudad de tantos funcionarios no se iba a dejar sin papeles a un digno verdugo. Agustín de Foxá definió aquel Madrid como una cheka sin que se sepa muy bien qué parte atribuye a las víctimas y cuál a los verdugos. Nos esperaban cuarenta años de dictadura y Foxá, aunque hombre pacífico, se consagró a sí mismo con esta frase: «Mi ideal es ser el embajador de una dictadura en una democracia». Estos son juegos de palabras donde habitualmente queda cautivo el palabrero.En estos últimos años de democracia hemos tenido varias maneras de jugar con Madrid, porque Madrid, más que una política es una teoría y, por supuesto, un género literario. Mi amigo Enrique Tierno Galván sabía mucho en cuanto a la manera republicana de llevar un Ayuntamiento democrático. Tierno evitó que le ejecutase la horda (esa otra horda reglamentada) entregándose él primero.Ofreció el sacrificio de la ciudad con un millón de adolescentes que habitaban en las pasivas y deleitables acacias. Los alcaldes del mejor suarismo trataron de imitar a Tierno, quien veía pasar bajo su balcón de la clínica al gentío adicto, mientras él leía y me leía la poesía pornomodernista de Pedro Mata. El último giro violento y valiente por alejarse de la cheka lo ha dado Gallardón. Gallardón se plantea la dialéctica entre los grandes espacios y las grandes multitudes. Calibra Madrid como Azaña calibraba los Nuevos Ministerios. De todos estos turbiones pueden esperarse grandes cosas para Madrid. Siempre que no olvidemos, en un 18 de julio, con herencia de sangre, la asunción de Madrid a los cielos ilustrados de la República.

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