Artículos Francisco Umbral

Fumar o no fumar


Lo del tabaco no es una cuestión de pulmones sino una cuestión de personalidad. Toda costumbre, todo vicio, todo pecado, todo hábito contribuye a forjar una personalidad, a construirla. El que se hizo hombre -o se sintió hombre- al liar o encender el primer cigarrillo, no puede fácilmente, a los cincuenta años, entrecruzar los dedos y hacer molinete con los pulgares, como los curas. Tabacalera Española, con una compañía francesa, ha creado la primera firma mundial de puros y la tercera europea de cigarrillos. El mismo Estado que condena el tabaco se dedica a hacer de estanquero. Una cuestión de intereses, claro. El mismo Estado que condena la guerra se dedica a fabricar armas. Siendo tan obvias y beocias las razones del capitalismo, preferimos entender otras causas en el ominoso y oneroso vicio de fumar, porque no se fuma con los pulmones, sino con las manos, y un fumador no sabe qué hacer sin un cigarrillo entre los dedos, sobre todo delante de la chica que ha pillado esa tarde. El tabaco destruye pechos y laringes, pero ha construido muchas personalidades, muchos estilos. Humphrey Bogart, Churchill, Sherlock Holmes, son inconcebibles sin el cigarro o la pipa en las manos o la boca. Estoy por decir que Bogart lo único que tenía de actor es que fumaba bien. Y que se ligó a Lauren Bacall. He visitado en Londres la casa de Sherlock Holmes -pura invención de los ingleses-, y allí he tocado la pipa del famoso e irreal detective. Las mujeres tienen más estilo. Los hombres carecemos intrínsecamente de personalidad, y por eso necesitamos el cigarro o el cuchillo en la mano. El revólver viene a ser una fusión de ambas cosas. Es un largo canuto que echa humo, da seguridad y mata a otro hombre, porque el muerto, en el western, tiene algo de fumador pasivo. El liberalismo económico que disfrutamos a golpes de tos y golpes de cáncer tiene profundas raíces, de modo que sus productos no son sólo eso, productos, sino que se han convertido en costumbres, estilos de vida, pecados, etc. Se han convertido en cultura, o sea. Así, los Estados y el dinero llevan adelante campañas contra el tabaco, y al mismo tiempo fomentan un estilo de vida que se construye gracias al tabaco, el alcohol y el exceso de proteínas. Son actividades divergentes del Estado, no contradictorias. Insisto, el Estado liberal cumple con condenar el tabaco y dejar luego a todo el mundo en libertad de suicidarse fumando, pues que el liberalismo dice propugnar ante todo la individualidad, la personalidad, la clase, la libertad. Lo que ahora se quiere desarraigar no es sólo el feo vicio del tabaco, sino la media sonrisa de Bogart, la pipa de los marineros de Conrad, la voz espesa de Paco Rabal, esa manera que tenía Raúl del Pozo de hablar con la colilla pegada magistralmente al labio. El Estado no es malo ni bueno. El Estado es cínico y por eso Marx escribía por la desaparición del Estado, a la larga. Y ese cinismo se hace evidente en el guiño del humo en el ojo del fumador, que nos sonríe con el cigarrillo en la boca. Eso es el Estado moderno: un vicioso simpático.

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