Artículos Francisco Umbral

Esperanza y bandera


Esta semana que hoy agoniza, ilustrada de lluvias primaverales, ha sido, sin que nadie se entere, la semana más representativa de la democracia que nos duele. Uno la imagina así: Esperanza y bandera. Doña Esperanza Aguirre ha cubierto decisivamente todos los actos de su mandato presidencial como la bandera rojigualda ha cubierto celebraciones inmobiliarias, porque la bandera no es sino una mujer desnuda o un trapo con intención de desnudarse. Así, las alcaldías, comunidades, ministerios, Metros y otras lejanías que a todos nos constan. La bandera nacional se ha entregado al fin en los brazos de Zapatero, que toda bandera bien pintada tiene algo de mujer desnuda, de concejala de Lepe, y Esperanza, esa chica Telva, no se ha recatado de decir que a ella le gustaría desnudarse en público y en calidad de concejala. Todo por el pueblo. Estuve alguna vez al costado de esa tiniebla de luz que es la belleza rubia de Esperanza Aguirre, respiré su temperatura adolescente y ahora añoro sus misiones difíciles allá por el Madrid/Sur o el invierno/Norte. Esa temperatura acoge la calidez y la calidad de una mujer aristocrática y firme. Si Madrid se gobierna por la bandera, España se gobierna por esta mujer. Todos los símbolos son femeninos y hasta la bandera quiere desnudarse como una hembra política, en la cobertura tensa y luminosa de las banderas y las concejalas apasionadas de vientos primaverales en las alturas rojigualdas de abril. Nada menos que el galán de todas las democracias, o sea Zapatero, ha cogido la bandera en brazos y se la ha llevado a Francia, que siempre es sitio sospechoso para las parejas improvisadas. Yo, a Esperanza, me la llevé solamente a Oviedo, ese sitio sin otro rigor catedralicio que una novela y un teatro. O sea: el Clarín de Leopoldo Alas, otro mito que ZP todavía no ha explotado. Lo recalienta para las municipales. Ya ven ustedes que esta democracia se está resolviendo por su sitio. Quiere decirse que los signos y los símbolos vuelven a funcionar en nuestra política de país atrasado. El señor Zapatero, con sus pactos difíciles y su francesismo de domingo en la Torre Eiffel, está protegiendo a la debilitada Francia y luego se la traerá aquí para que le gane las elecciones. Que todavía dura la nostalgia socialista de Mitterrand, gracias a la cual pude yo presentar una novela mía desde la cama, recibiendo en ella a la prensa marroquí. Lo cual que aquellos periodistas de cayuco estuvieron atentos y enterados, y alguna cayuca me pidió que le firmase el libro, o sea Los helechos arborescentes. Le sugiero a ZP este detalle de presentar los papeles desde la cama y, en cambio, sentarse aparatosamente cuando pasa la bandera de Bush por la Castellana, que fue la primera machada de este rojo leonés. Al personal le sigue fascinando la movida militar española en Irak y otros frentes, siempre que el presidente vaya a matar o molestar, pero éste ha pedido hora a La Regenta para salir una tarde por los puentes de París, con Las hojas muertas de Yves Montand. La chica Telva pudiera ser la Regenta nacional, pero, española al fin, se ha contratado a sí misma para concejala en Lepe.

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