El señor Sebastián
El señor Sebastián ha incurrido en el pecado moral más sucio en que podría incurrir esta sucia democracia que venimos disfrutando. Ustedes ya saben, el señor Sebastián ha pecado contra el hermoso segundón, contra una gentil señorita, contra sí mismo y contra su partido, calumniando o destripando los sedicentes amores de un chico y una chica que se lo hacen en la imaginación blanda y pecadora del señor Sebastián o de quien sea. Lo cual que Alberto Ruiz-Gallardón queda envilecido como melómano y todo el roperío consiguiente, como consecuencia de un pecado mezquino que ni siquiera tiene la mezquindad de los pecados. La pequeña vileza del señor Sebastián no es digna de un enamorado, de una enamorada ni de un alcalde, alcaldesa o del último del reparto. La cosa estalló sin grandeza o con la grandeza indeseable de los señores Sebastián que se entregan a tales vilezas utilizando en primer lugar la avilantez de la plebe, que es como lo pronunciaban mis colegas más cursis allá en la lejanía de la Nochebuena. El señor Sebastián ha mostrado un documento paupérrimo, que es como son estos documentos, a base de señorita rubia, alcalde madrileño, partido político de gran movida y elecciones perdidas o ganadas, que siempre parecen más sucias con las galas del fracaso. En todas estas campañas ocurre que el presunto ganador traiciona a otros presuntos, porque lo que más desprecia el perdedor vivo es a otro perdedor muerto. Hay que ser muy provinciano para admirar la calumnia de género y más aún para escandalizarse de ella, y todavía más para esperar que se escandalicen los otros. En España ya no se escandaliza nadie por nada, que para eso hicimos una revolución pendiente, que cuando pierde moralmente sus votaciones, recurre a la prensa porno con una fe ciega de vuelta ciclista, a ver qué pasa, que salga el primero de la meta envuelto y entorchado en periódicos porno. Hemos esperado unos días viendo engordar al monstruo y profetizando su arrepentimiento, pero qué va, la cosa se ha puesto peor y los que pueden le han prohibido al alcalde disponer ciertos espacios y difusiones. Este mal rollo puede durar a costa de la señorita, que ya está pensando en cambiar de alcalde y darse ciegamente a la copla, como la Pantoja, los caballos de la Pantoja, los tenientes de la Pantoja y así todo el rato. Con el alcalde de Marbella, tan municipal, teníamos bastante para toda España, que vivimos a la espera de que don Julián se haga la foto digna de él, como otros, pero el señor Sebastián se ha trasladado a Sotogrande o cosa así, en plan Milla de Oro para no ultrajar a su amada Isabel. Así es como llevan sus cosas esos alcaldes de Lope de Vega, el señor Sebastián. Gallardón, después de mirarse tres veces o trescientas en la fuente de la Cibeles, decide cambiar de estrategia, que ha quemado en poco tiempo su política de alcalde duro y promocionado para la próxima guerra civil de alcaldes y cupletistas, sustituyéndola por una guerra de jerifaltes de antaño donde siempre seguirá siendo el más humanista de los alcaides y el más alcaide de los humanistas.