Artículos Francisco Umbral

Cristo y aparte


Todos los grandes sistemas que nos gobernaban están haciendo su unánime desaparición en la Historia que efectivamente vivimos e incluso ha aparecido un planeta con agua, que sale a beber con toda majestad, como lo hubiera soñado Einstein si Einstein fue un señor que se permitía sueños, cosa que no creemos. Estamos viviendo una descongelación de todo lo congelado, desde el planeta hasta el Ebro. Así, el Papa Ratzinger se sitúa más allá de todas sus teologías y se presenta, seductoramente, como el personaje con más posibilidades de la creación. Claro que este golpe de Estado no lo da Ratzinger a lo loco sino con un propósito secreto, que es el de situarse en primer lugar como ese planeta que bebe agua y que parece una cosa de Harry Potter. La afirmación tibia de que el Papa es siempre el único enviado de Dios, se llena de contenido cuando Ratzinger principia a sugerir que él es Ratzinger sin dejar de ser Cristo y es Cristo sin dejar de ser Dios y es Dios sin dejar de ser hombre. O sea que le pega la vuelta a su mito y así queda cerrado el anillo de la personalidad de este alemán serio y sobrio, pero también contradictorio. Últimamente nos está distrayendo mucho. Los dioses, como los mitos, como los príncipes, disponen de su santidad y de su comunicación con un poder invisible y hasta una gracia de párroco poblano con sanfermines y todo. Pero no creo yo que la espantada de Ratzinger sea meramente astuta, sino que tiene muchas más significaciones. Ratzinger se ha convertido en un dios cuando el cargo está vacante. No valdría la pena subirse el sueldo como Zapatero si no hubiese algo que ganar. Pues bien, lo que quiere ganar Ratzinger es el poder de la Tierra y en la Tierra. Este toque a la absoluta verdad es como cuando el presidente de la cosa se prepara, misterioso, para las elecciones generales. Decimos a veces que Ratzinger no es un pontífice de este siglo, pero uno cree que lo es más que nadie, porque el siglo XXI es la movida de las grandes preposiciones y Ratzinger se adelanta a toda la gramática para comportarse como un líder de la santa Rusia o del supremo Oriente. Ha llenado a Dios de contenidos civilizados. Utiliza a Dios como arma de potencial pesado. Si no fuera así, él no estaría ahí. Esto que ahora ha hecho sabiamente el Papa es lo que quieren hacer, y a veces lo hacen, los poderosos de la Tierra. Ratzinger va por delante de todos ellos, quizá al encuentro de ese planeta sediento y simpático que ameniza y amenaza nuestra supervivencia. Stalin preguntó una vez cuántos batallones tenía el Papa. Le dieron la cifra aproximada y era tan baja, incluso contando con la Guardia Suiza, que Stalin se quedó tranquilo para mucho tiempo. Nuestro pontífice actual no se resigna a seguir alternando con Putin y demás funcionarios, de modo que proclama sus cifras beligerantes para ir ganando tiempo. Seguramente las cosas no pasarán de ahí, pero Ratzinger nos ha dado una lección de política internacional como Dios manda. Porque en política no se hace necesario matar tanto como se mata ahora. Basta con el anuncio atroz de que se va a matar. Al hombre le basta con asustarse un poco.

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