Artículos Francisco Umbral

Las guerras intestinas


Tiene que llegar el día en que llamemos a las cosas por su nombre. El matrimonio político y catalán designado como Piqué/Rajoy ha estallado en una crisis de chapapote. El señor Piqué quedaba un poco falso e improvisado a la vista de los catalanes. Ahora, al momento de repartir poderes, el señor Piqué se ha puesto su peinado más chulo para dejar a Rajoy a solas con su lengua viperina y sus ocho meses de expectativa, todo calculado y nada improvisado. El señor Piqué nunca ha pintado nada en Madrid, pero quedaba más catalán que su apellido y nos hacía creer en una Cataluña que él corporizaba. Tendría uno que llamar a Génova para pedir que Rajoy nos explique quién ha sido el malo de la película y quién va a serlo en lo sucesivo. Lo que llama la atención y nos llena de dudas de verano es suponer que Rajoy no haya vacilado antes en el caso Piqué. Y si lo ha hecho, por qué no ha tomado medidas contra el catalán bien peinado. Pero esto, por cierto, es una realidad de la sociología política que nos revela el carácter mudadizo de las Constituciones, ese invento tan mal reinventado. El presidente Zapatero había parido con mucho amor la originalidad del invento y ahora vemos que no hizo más que tricotar con paciencia y trucos la nueva España desespañolizada. Los responsables tienen que debatirse ahora con Madrid, siempre Madrid, en el Gobierno y la oposición. España no quedó mejor zurcida tras la tricotosa de Zapatero sino pululante de pequeños zapateros más audaces que reflexivos. Así, todo el mundo se queja del esguince madrileño que deja en bragas a las autonomías. Y todo el mundo manifiesta una cualidad traicionera o mentirosa que está ya en la calle y nos ratifica en aquello de que los políticos son tramposos. Pero la cosa no es tan elemental sino que todas estas historias pasarán a la Historia y cada magnate del poder tendrá que explicar de dónde le vino ese poder que hoy acuñamos entre el papeleo de Madrid, la retórica de Barcelona y las amenazas periféricas y peninsulares en que incurrimos todos, desde el hombre numismático al hombre del tiempo. Rajoy no es un español que le tienda trampas a España, pero tampoco se las tiende a quienes ganan elecciones. Ha dejado a cada uno con su guerra y su chapapote. Piqué ha cultivado una frigidez de profesional bien peinado que siempre se mueve detrás de su peine. Lo que ocurre con los políticos profesionales es que se les pilla el naipe. Pero lo que le ha hecho a Rajoy huele demasiado a flor de Ateneu, a Montserrat Caballé, a Sagrada Familia, a Liceu, y el madrileño Rajoy lleva demasiado tiempo respirando esa fragancia burguesa y castiza. Y he aquí que Zapatero, desde la camilla de su vicepresidenta, tiene que ver cómo se destruye la España roja que cada día usa más este pseudónimo para que no la confundan con todas las demás rojerías de las Ramblas. Las reformas aceleradas y astutas no sirven de mucho en los madriles. España empieza de nuevo. O eso es lo que intenta Rajoy cuando empequeñece las elecciones o dispara contra Piqué a punto de cerrarse los periódicos. El caos de la Villa y Corte hace agua en el vino. El Rey sonríe a la nieta y familia. España va bien, Piqué, tío.

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