Artículos Francisco Umbral

Decíamos ayer...


Decíamos ayer... Ayer no decíamos nada porque todo lo decían los obispos aguerridos y los sacristanes con mando en plaza. Pero todo eso lo ha roto el señor Zapatero rindiéndole a Polanco el más decidido homenaje póstumo. En cualquier caso, el presidente se llevaba guardadas esas palabras que ahora ha devuelto en forma de casco armado y cabeza cortada. Qué tío. Cuando el señor Zapatero principió a desmontar autonomías teníamos que haber reparado en la trampa que esto supone, pues siempre hay otra autonomía menos turística que se lleva la pastizara. España no es un desmán provinciano sino una realidad católica donde los amos suelen ser los polancos, o sea los que más y mejor trabajan. Es decir, un cachondeo de frutas y verduras, un almacén de coloniales, una ojiva profunda donde se almacenan por arrobas el vino y el trigo, el numeroso aceite y la lenta vaca vacuna, todo y cada cual con su perfume de imperio y cosecha. Pero el presidente no había contado con dos autonomías intelectuales que le complicarían la vida: el humor y la fe, tal para cual y muy españoles entrambos. El personal me regala a veces materiales cultos y lo último ha sido un vídeo de Almodóvar, Volver. Al margen del novelón oscurantista este gran realizador, tan perseguido hoy por quienes le imitan, supone un acervo de realidades poblachonas erradicadas en un mundo alcarreño, componiendo una armonía rústica que viene de la España profunda. No hay autonomía más vigente que esa que rige en el interior de la Península, y esto lo saben mejor los peninsulares, que aprendieron en Azorín o en Miró a ser provincianos. Así, Zapatero ha crecido viendo crecer a un poeta profundo, Antonio Gamoneda, leonés él, y quizá esta convivencia rústica tiembla en el fondo de su rusticidad. Pero nuestra columna sólo tiende a apuntar las realidades sociológicas no anotadas en la memoria histórica, como la Andalucía previa que es Extremadura o el silencio previo que es La Mancha. Pero todo español tiene que pasar por la Puerta del Sol para decirse a sí mismo que está en Madrid y todo madrileño tiene que pisar La Mancha para saber dónde está. Zapatero ha despertado algunas realidades que quiere poner en marcha, pero ya es demasiado tarde para Madrid, este Madrid de curas, humoristas y poetas que hay que tratarlo de cerca, porque a la larga todos somos madrileños. Para lo que llamaré autonomía intelectual no hay más que sotanas, corbatas y versos. El autonomista parece estafado cuando le llevan a dar un paseo por el exterior de Madrid, que todo él es de ladrillo. Aquel humor de La Codorniz, que añoramos siempre, con Herreros y Mihura. Aquella iglesia de La Paloma, que deja Madrid en parroquia. Aquel café de Levante, colmena de escritores y poetas. Aquel otro de Platerías, donde Alfonso XII tomaba café cuando volvía de los toros. A uno le parece, en fin, que aquel Madrid era otra cosa. Se diría que el señor Zapatero está jugando con Madrid. A veces alterna con Esperanza Aguirre y Gallardón, que le asesoran en eso que ellos han llamado «urbanismo».

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