Artículos Francisco Umbral

Fernán-Gómez o la realidad


«Es un creador tan imaginativo que puede hacerlo todo. Un hombre bueno con fama de malo». Fernando Fernán-Gómez fue el segundo de los «animales sagrados», la serie mensual de retratos, perfiles y recuerdos que Francisco Umbral realizó para La Revista de EL MUNDO en 1995. Actor, director, novelista... como todo gran creador, él mismo era un género literario. Daba igual lo que hiciera, «porque siempre se hacía y deshacía a sí mismo». «Estaba ahí, con el vaso en la mano y unos amigos en torno, cómicos y cómicas, periodistas, especialistas en Fernando Fernán-Gómez, como yo mismo, que le cuento entre mis especialidades literarias. Creo que se me da bien FFG y por eso le exploto mucho literaria y periodísticamente», decía Umbral en aquel artículo. . La risa de Charo López, la voz bronca de Sacristán, el susurro de un erudito cinematográfico, la mariconada de un maricón, la dulce ironía de Emma, las paradojas de Haro Tecglen, la voz joven de una cómica nueva, todo esto compone el bosque animado, el mundo interior y ocioso, íntimo y amigo, de Fernando, cuando se le ponen los ojos en pico de diablo verde y empieza con sus juegos del absurdo, que son el otro FFG, el inédito, el irracional, el que pocos conocen, conocemos. Hay un olor de huertas y de astros. - Mira, Umbral, yo las críticas no las leo hasta un año más tarde, cuando ya me da igual que sean buenas o malas. Era el chico gracioso de Cifesa, el que nos hacía reír los domingos en Botón de ancla. Era feo como nosotros, altiricón como nosotros, y por eso nos identificábamos más con él. Jardiel Poncela le vio en un papelito de criado o así, en una comedia, y quedó fascinado con el chico pelirrojo, felices 40, y le escribió una función para él solo, una función donde el personaje era el pelirrojo porque FFG es pelirrojo, como lo era su madre, doña Carola, y como lo es su hija Elena. - El público del teatro, Umbral, son unas señoras. Todo hay que hacerlo y escribirlo para esas señoras. Brecht, las vanguardias, Shakespeare, doña María Guerrero, Ionesco, Mihura, el teatro clásico, el teatro lírico, el teatro psicológico, el teatro de vanguardia, Benavente y Galdós, todo para unas señoras que no entienden la función y sólo buscan a la mala como vector de todas las desgracias que han visto. Fernando Fernán-Gómez o la realidad. La realidad desoladora de saber que las más adecentadas interpretaciones y los más ahilados diálogos, y las metaforonas de Shakespeare, no tienen otro destinatario que unas señoras de visón que se olvidan de todo a la salida y buscan un taxi para volver a casa y ver los seriales de la tele, que son de más sustancia. FFG o la realidad casi metafísica, de tan apurada, de ver las cosas como son, un realismo profundo, misterioso, capaz de ponerle cimiento de anécdota a la teología y adobe de verdades a los sueños de la novia, del escritor, de la novia del escritor y de todo el patio de butacas. FFG es un positivista que vuelve siempre a la realidad del gallinero, siendo él un pavo real irisado de inteligencias y bellezas. - Te cojo un whisky, Fernando. - No me abras otra botella, coño. Coge de ésa que ya está empezada. La realidad. De todo aquel cine de los 40/50, lleno de princesas de los Ursinos, armiños, joticas y legionarios, sólo nos interesaba, sólo nos gustaba, sólo nos divertía Fernán-Gómez, aquel gamberro largo, con mucha nuez, que bebía en botijo y no se comía una rosca. Él era la calle, él era la vida, él era nosotros. La noche en que llegué al Café Gijón, allí estaba él, en una mesa oscura entre dos ventanales, dando doctrina a un grupo de cómicos y cómicas. - ¿A ti, Fernando, te excitaba Lola Cardona cuando la metías mano en aquella cosa de Ibsen o Chejov o quien fuese? - A mí me la ponía gorda todas las tardes. Llegada la hora de la función, daba por cerrada el aula, cruzaba la Castellana andando, con sus pies abiertos y seguramente planos, con su melena de león cabreado, roja, cobriza, y se metía en el Recoletos (ya desaparecido, claro) a bordar un papel que él entendía mejor que el autor, poniendo los matices según se le iban ocurriendo, haciendo cada tarde, cada noche, una función diferente, porque es creativo hasta el delirio y, si no, se aburre. En los 50, creó el Premio Café Gijón de novela corta, patrocinado por él con 3.000 o 5.000 pesetas. Una iniciativa generosa, aunque ahora pienso que a lo mejor lo que iba buscando FFG era alguna historia buena para hacer un guión, una película. El primer año se lo dieron a González-Ruano. Y me parece que todavía se da. Organizamos un homenaje a mi muñeca Sabina, en el sótano, y allí estuvo Fernando y dijo sus cosas irónicas y divertidas y paradójicas de siempre. Hasta se puso sentimental con la muñeca. Tengo las fotos. Ha escrito un teatro psicológico que ya lo quisiera Pinter, Los domingos bacanal, pero luego va y lo estrena en el Maravillas. Es un hombre que juega a perder, pero su talento siempre ha ganado. Hasta que se salva y define como un clásico con el realismo, su callado y minucioso e iluminado realismo, Las bicicletas son para el verano, que no es sino la Guerra Civil vivida en el inmueble donde él estaba con su abuela, barrio madrileño de Olavide o por ahí. Esta comedia trágica se lleva por delante todo el teatro socialrealista del antifranquismo. Es el canto a los perdedores, pero un cante en tono menor, resignado y dulcemente cínico: - Lo que ha venido, hijo, no es la paz. Lo que ha venido es la Victoria. No conozco mejor resumen de la victoria salvaje de Franco. Vale por tomos y tomos de los hispanistas anglos sobre el tema. Algunos de los personajes los repite luego en su novelón/folletín/folletón La Puerta del Sol, de un galdosianismo estilizado hasta el hiperrealismo. Estoy hablando de una noche de agosto/septiembre en su dacha, que también la tiene, al norte de Madrid, donde escribe y escribe en el ordenador, genera literatura noche y día, con whisky o sin whisky, mientras Emma [Cohen] caligrafía sus bellos artículos, conmovidamente políticos, o escarba los tomates en el huerto. Los tomates le salen a Emma ordinarios de tan hermosos. Estoy hablando de un party y unos amigos, sin otra bacanal que la de las ideas, y la fiesta de las palabras. Estoy hablando de un creador singular y plural que parte siempre de la realidad para luego apurarla hasta el delirio imaginativo, lo que le permite tomar tierra de nuevo, armoniosamente, hacia el final, porque el más fascinante e increíble de los mundos posibles, para FFG, es este mundo. Su cine, su teatro, sus novelas (de las que suelo ser presentador oficial y reiterado), sus radios, sus recitales, sus memorias, todo ello no es sino el despliegue de un único naipe, fascinante, malvado y delicioso, que se llama Fernando Fernán-Gómez. En las películas, Paco, suelen darme té en lugar de whisky. Es lo que se acostumbra en los rodajes para que la gente se mantenga en forma. Pero yo exijo whisky. Si me cuesta mi dinero destrozarme el hígado en los bares, ¿por qué voy a perder la oportunidad de destrozármelo gratis en una película? El mayor hallazgo discursivo de Fernando, como de su amigo de infancia Haro Tecglen, es el sentido común. Viene alternando lo popular con lo culto, lo clásico con lo romántico, la vanguardia con lo convencional, Bertolt Brecht con Massiel. Siempre es FFG. Un hombre malo con fama de bueno. Un creador tan imaginativo que puede hacerlo todo, y cuyo límite y salvación es siempre la realidad, la descalabrante y directa realidad, donde tantos hallazgos pilla. Un hombre bueno con fama de malo. Un día dijo por la tele: -Umbral es elegante porque es elegante. - Y otro tío: Umbral es elegante porque se mueve despacio. Y él: - Pruebe usted a moverse despacio, verá como no queda nada elegante. En El viaje a ninguna parte, cuenta la melancolía enferma del perdedor. Se está contando él, el gran ganador. Y es que el triunfo lleva por dentro un niño triste, rojizo y cabreado, al que el éxito tampoco ha redimido. Nadie como él ha contado el fracaso íntimo del triunfador, el hombre que sueña sus glorias verdaderas como si nunca hubieran sido. Emilio Romero escribió en el franquismo que todo lo que toca Fernán-Gómez huele a izquierda, a rojo y a pecado. Es una gran definición, pero se diría que Fernando nunca hace nada para justificarla. Cae del lado de la izquierda como por casualidad. Su ironía puede más que su ilustre bastardía política, y al final hace un chiste con los rojos, aunque casi nunca contra los rojos. Estoy hablando de su casa en Nochevieja, piso de la Castellana, cuando la gente joven del cine y del teatro, adorables y geniales desconocidas, acude a felicitar a Fernando, como en un rito laico, pagano, como a un San José de izquierdas, como al gran maestro que es. Esto no se da en otras profesiones. En la literatura, por ejemplo. Claro que los escritores tendríamos que ir con navajas. Desengáñate, Umbral, toda poesía lírica se puede recitar. ¿Y Aleixandre? A Aleixandre lo ponemos en gregoriano. Es el genio universal español, cuya gloria no sale de Madrid. Ni él quiere. - Lo que yo te diga, Paco. Todo el que habla inglés es espía. ¿Para qué, si no, iban a aprender inglés? Tiene el pudor de la estética como otros tienen el pudor de lo antiestético. Es un creador múltiple, actor que ha llegado a una transparente naturalidad. A Fernando no se le nota que interpreta.

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