Artefactos eróticos
A nuestra generación, o sea la del 68, nos tocó un ganado difícil: las progres y feministas de braga de esparto. La mejor definición me la dió un día el genial Chumy Chúmez:
- Una progre es la que, mientras se quita la braga, te pregunta: «¿Y cómo va lo de Portugal?" (Era la revolución de los claveles, que acabó como aquí la del puño y la rosa).
Eramos también la generación de la sinceridad, de la ética sexual, qué gilipollas: yo me acuesto con fulanita, pero te lo cuento; tú te acuestas con fulanito, pero me lo cuentas. Y luego venga de racionalizar la experiencia con ayuda de Marcuse, Reich y toda la tropa, incluída «la devoración a medias del tercero», como lúcidamente escribió Vicente Verdú por entonces. Ahora ya no, ahora Beatriz Pottecher, bella y violenta, Lourdes Ortiz, dulce y lúcida, Almudena Grandes, remorena y bajomadriles, Ana Rossetti y algunas otras se han convertido en los heraldos rosa de toda una generación femenina y nueva que vuelve, benditas sean, hijas mías, a las antiguas, nobles y procaces artes de la mujer, el engaño, el juego, la insinuación, la seducción y demás «artefactos eróticos», que es como titula su libro la Pottecher.
El libro es de mucha erudición sobre aperos sexuales, como los de las otras, que tratan de camas, bragas, polvos y lodos, pero uno entiende que los eternos, dulces y peligrosos artefactos eróticos de la mujer son intelectuales, intuitivos, interiores, laberínticos, y que lo demás es sex/shopping.
Prueba del diluvio que viene y de que es un diluvio generacional y no un oportunismo editorial, es que hasta don Manuel Fraga ha criticado el preservativo como muro de Berlín del placer, que Pepe Navarro ha sentado a unos cuantos compactos en bolas sobre las rodillas de mi cuñada la de Moratalaz, y que en Madrid acaba de inaugurarse una industria como la que vimos en París/Texas, o sea el palacio del voyeur (128 cabinas individuales sólo para mirar) en sesión continua.
El domingo se preguntaba aquí Pedro J. Ramírez qué otros muros han de caer. Bueno, pues este muro de la vergüenza femenina, ese telón de acero que era un cinturón de castidad colectivo, todo lo que ellas, en silencio y susurro, han ido socavando hasta reconquistar, y hoy ya lo proclaman, sus legendarios y hermosos artefactos eróticos, que mayormente son psicológicos y hasta una facultad del alma femenina. El puritanismo de izquierdas resultó incluso más híspido y tedioso que el de derechas, y ambos puritanismos los hemos instrumentalizado los machos/machistas para hacer de la mujer un rehén sexual. Creo que nos vamos a divertir todos mucho más, no encerrados con el sólo juguete de Juan Marsé, sino libres con todos los juguetes/artefactos/aperos del erotismo femenino, otra vez desplegado, complicado y fascinante como en la teoría de la seducción de BaudriIlard.
Para nosotros, ese es el muro de Berlín que ha caído con respecto de los tiempos en que hacíamos un amor tipo Alemania Oriental. El sexo, para salvarse de la zoología, necesita engaño, jaleo, mentiras, lío, lencería fina, adulterio, camas bien hechas/deshechas, la coartada/peluquería y todos los artefactos eróticos de Beatriz Pottecher, que tampoco serían nada sin los artefactos de la imaginación, la invención y la transgresión, esas tres potencias del alma (sólo se folla con el alma: el cuerpo es la herramienta, el gran artefacto).
Ya podemos leer estos libros sabios y calientes por el ojo de la cerradura, o abrir por cualquier página el sex/shop visual de Atocha, en la muy consoladora seguridad de que luego vamos a encontrar en la calle almas gemelas con minifalda o un seno fuera, porque estas jóvenes escritoras nos han descubierto que la tentación no vive arriba, sino aquí mismo.