Aznar y don Inda
Felipe González, como a casi todo el mundo, los discursos se los escriben, pero él es mucho mejor que el escribano. De ahí que por la mañana aburre y por la tarde, improvisando (todo lo tiene muy improvisado en su cerebro/ordenador), llena hasta la bandera y se adorna de capa. Nos salió un Aznar cargado de razón, pero huérfano de datos. Y en política, hijo, un dato, aunque sea inexacto, vale más que mil palabras. Me lo contaba anoche Cela : «Mi tío me llevaba al café: este niño sabe trigonometría. Me proponía cualquier problema y yo soltaba una tira de números, los que fueran. El café se asombraba, pero allí nadie sacó nunca un lápiz».
En España, Aznar, hijo, nadie saca nunca un lápiz, y ésa es la fuerza de Felipe, en funciones de González. Puede que tenga todos los datos equivocados a su favor, pero como los deuteragonistas se le presentan limpios, es que no le duran nada. Cuando Aznar hablaba de enchufismo y amiguismo puede que estuviera congestionado de razón, pero Felipe, en funciones de presidente, en funciones de González, le pidió datos, ejemplos, se los exigió, con lo que cambiaba sabiamente una denuncia en una calumnia, ya que nadie tenía nada a mano, hombre, por los bolsillos. Así es como se vió que Aznar necesitaría asistir a una investidura cada semana para estar curtido en un año. Me hizo pensar, no sé por qué, en la digna vuelta de Gerardín a la mina. Al segundo o tercer asalto, FG, ya un poco mareado de triunfo, se salió con una anécdota de Indalecio Prieto, o sea don Inda, innecesario error éste de empezar a muertazos parlamentarios, error que profundizaría Aznar con otra anécdota de don Inda, equivocada encima, porque el que cambiaba de vagón según el electorado que le esperase era Lerroux.
De modo que me dedico a mirar las alegorías del techo y Marianito Guindal me señala el agujero de bala que hizo Tejero: «Lo de esta mañana ha sido un error de Herri Batasuna. A los más viejos les ha recordado el tejerazo, salvando las distancias. Esas pelis no funcionan en este cine».
El señor Miquel Roca sí que trae los bolsillos llenos de números, en cambio, y los vende muy bien, en plan fenicio convergente.
Cuando de los números pasó a las reivindicaciones nacionalistas, ahí también se entregó a la capa del preinvestido, porque inevitablemente hizo retórica, chatarra verbal, y se olvidó de los números (aparte sus «de ques» catalanes, que son la sardana que él trenza siempre en sus discursos).
Discriminación, mezquindad, incumplimiento de la Constitución y cosas así son las que atribuyó al Gobierno central/centralista. Y González, que es un «espá» sevillano que se enmienda de rondeño gracias a los datos (siempre los datos, Aznar, hijo), le enumeró a Roca pactos y papelas, abusivos o no, pero firmados por ambas partes. De los dos matchs (que más que de Poli Díaz parecían del viejo Campo del Gas), obtiene uno el corolario común de que el gran secreto/fuerza de FG está en manejar siempre datos, fechas, cifras, precisos o no, pero eficaces como un revólver en este país palabrón, de retórica escrita o hablada, da igual: Aznar lee y Roca improvisa.
Y mientras nos aburríamos y buscábamos más besos negros de Tejero por entre la mitología, aquí Marianito Guindal y yo (que empezó el periodismo a mis pechos, cuando entonces, y ahora me da lecciones de información política), mientras tanto, digo, allí, en un escaño perdido del PP, todo de gris y mutismo, el gran parlamentario de la derecha, un dialéctico sofista y deslumbrante, Miguel Herrero de Miñón, transterrado al silencio por Fraga y más tarde al Ayuntamiento, dicen, si el PP llega a tomarlo completamente.
Así es como la oposición hace sus hombres y ni siquiera los gasta.
