Artículos Francisco Umbral

Marx ha muerto


LA URSS podrá tener partidos políticos. Marx ha muerto, viva las Koplowitz. Primero lo dijo Nietzsche, aquel prefascista lírico y genial: «Dios ha muerto». La noticia no era fresca, pero bueno. Y luego vino el otro: «Si Dios ha muerto, todo está permitido»: Y ahora el señor Cuevas, como decíamos aquí tal que ayer: si Marx ha muerto, todo está consentido. Insultar a Redondo y a Chaves, un suponer, porque han llegado a un acuerdo digno.

Ya no hay izquierda en el mundo, hasta los partidos más marchosos los financia la gran Banca y tienen irregularidades en la contabilidad, según informa ahora el Tribunal de Cuentas, practicando la informática dura. Vamos a ser de derechas a tope, si Matanzo nos deja (que ayer han venido a preguntármelo de una televisión, que ahora hay muchas), toda la noche de disco en disco, esnifando, roneando, pegándonos homenajes y buscando el amor duro que Ana Obregón busca ahora para sí, al fin, la jai, mosqueada de tanto Hollywood, de tanto novio con maxifalda y de tanto luto, aunque a Ana le sienta bien el luto. Pero no quiere amar más a señor que se le pueda morir. Y nosotros con ella, que a nosotros se nos han muerto todos los ancestros de la gripe asiática de este año, desde Hegel a Guerra (muerto políticamente), desde Marx y Lenin a Adolfo Suárez, que fué la piqueta de desescombrar el franquismo y hoy es una bisagra entre dos nadas.

También se está bien siendo de derechas, sólo que la derecha es un poco aburrida, salvo cuando te toca cenar en El Viso, como a mí mañana, con Tessa Baviera, las Pititas/Sisitas y otros pititones de la New Age carrozona. Hasta he estado yo en el homenaje al Atlético Aviación, con un general, hablándole al gentío de aquel equipo mítico, militar y franquista, el que salía por los primeros NODOS, y que en realidad fué una invención del genial Matías Prats. O sea, todos de derechas a braga quitada, que esta tarde voy al palco de honor del Atlético acompañando al príncipe Felipe, Camilo José Cela y Fernando Arrabal, a ver jugar al Bilbao. Lo que pasa es que Marx no ha muerto, sino que nunca ha sido aplicado. Montesquieu es la derecha de la Enciclopedia y Rousseau la izquierda. Alfonso Guerra mete en un armario a Montesquieu, con su hermano Juan Guerra, y Rousseau se convierte en el padre de los ecologistas, tío carnal de Ramón Tamames y abuelo de Petra Kelly. En Europa, Lenin se carga el socialismo democrático y Stalin le abre la cabeza a Trotsky. Lo que ahora muere es la momia de Stalin, que era una pesada y siempre hizo una especie de zarismo chusquero, pero en la Conferencia Episcopal y en la Conferencia Empresarial nos dicen que Marx ha muerto y que lo ha matado Wojtyla venga de avemarías. Aquí en España, Araquistáin, Azaña y Costa eran partidarios de tratar el hambre del pueblo mediante la filosofía krausista, pero el pueblo no quería Krause, sino judías con chorizo.

De modo que ni siquiera nuestros rojos históricos habían leído a Marx (esto lo sabe bien mi entrañable Raúl Morodo), y sobre este equívoco de la muerte de Marx (nunca aplicado en Rusia, nunca leído en España, donde también nos saltamos la Enciclopedia por culpa de Jovellanos, aquel reaccionario que se peinaba como Rappel), hemos montado la romería acid y vaginalcapitalista de la New Age, los funerales milenaristas y uniteta por el viejo redactor de «La Nueva Gaceta Renana», con la nota violenta, juvenil y faldicorta de los neonazis alemanes y muchas entrevistas a Guido Brunner, que es el único que dice algo sensato sobre la movida centroeuropea. Aceptemos el malentendido, asistamos al alegre entierro de Marx con un ataúd vacío, como los de la mafia (somos todos el mafioso de nuestro vecino) y entremos en el 2001 como en la Marbella espacial de la Gran Derecha.

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