La peseta
LO que pasa es que no cuidan los símbolos. Los signos y los mitos de la tribu son intocables, en una democracia como en dictadura. Esto de la peseta, las nuevas pesetas de la Casa de la Moneda, «la pesetilla», que la llama Jiménez Losantos, es como cuando Carrero Blanco subió el pan.
Yo me recuerdo que cuando Carrero subió el pan hice una tercera en ABC explicando el error sociológico que suponía la medida. A un pueblo se le puede subir el caviar, el champán catalán, los abrigos de visón, el rolls, y no pasa nada, mayormente porque el pueblo no gasta en caviar, ni visones ni rolls. Se le puede subir todo, menos el pan, porque el pan es mucho más que el pan. El pan es la metáfora de la felicidad y la abundancia pobre de quienes comen pan con pan, o «pan y cuchillo», que dijo Miguel Hernández. «El pan de mis hijos», dice la gente. «Pan y toros», se decía antañazo. Bueno, pues con la peseta lo mismo. Han fabricado ahora unas pesetillas de mierda, en una especie de papel de estaño inarrugable. (Tengo que morder una a ver lo que llevan por dentro: a lo mejor dentífrico, como las chocolatinas de Iberia, que son vomitivas). No se dan cuenta Mariano/Banco o quien sea, de que la peseta también es mucho más que la peseta. «Salud y pesetas», dice el pueblo español. «Es más salada que las pesetas» (por graciosa). «Mi señora es que mira mucho la peseta», etc.
La peseta es el icono de la pobreza honrada de nuestro pueblo y ha sido denominada «pela», «rubia», «cala», etc., siempre cariñosamente. El otro día Jesús Hermida hizo por la tele una bella columna verbal sobre aquellas pesetas de papel arrugado y breve de nuestra postguerra. Y el éxito de Hermida (entre otros) es que comunica muy bien con lo popular. Nos dicen que la peseta está en alza, que está en baja, que está fuerte, que la peseta está hecha una braga, y esto no afecta nada al gentío, pues se trata de una peseta abstracta, macroeconómica y conceptual. La peseta/concepto de Felipe González y Rafael Termes se la suda mucho a los españoles, pero la peseta fáctica (una peseta de pipas, una de castañas) es el tótem/tabú de calderilla que nos acompaña en el bolsillo, aunque hoy se empieza a contar a partir de los cinco duros, incluso para una llamada telefónica. Ha sido grave error acuñar estas pesetillas como infantiles, para que las niñas jueguen a tiendas, pues el pueblo se ha dado cuenta de que la peseta, efectivamente, está devaluada. La gente se maneja mejor con cosas que con ideas. Ya en el colegio nos explican las matemáticas mediante peras y naranjas (en mis tiempos). Pero hemos pasado de la peseta/concepto de Solchaga a la peseta/hojalata de las nuevas acuñaciones, y esto nos ha impactado mucho. ¿Cómo coños nos van a tomar en serio en Estrasburgo cuando saquemos estas pesetillas de juguete para comprar cañones y mantequilla? ¿No comprende don Mariano Rubio que con esta especie de medallita de criada no se puede andar por el mundo? Le da usted unas pesetillas de éstas a uno de esos mendigos que pone Aznar en la Gran Vía para desacreditar al PSOE, y el mendigo, con muñones y todo, puede violarle sin distinción de sexo y asesinarle sin distinción de arma. Que cambien el nombre de las calles y el precio de las cosas, que nos metan en la OTAN o nos saquen de la OTAN, que nos hagan socialistas de Pablo Iglesias, socialdemócratas de Willy Brandt, democristianos de Rupérez, que nos echen más glúteo o menos glúteo por la tele, según el director general de guardia, pero que no nos toquen la peseta, el pan o la honra de nuestra santa, que es una santa. El español siempre ha hecho sus revoluciones por pequeñas cosas: los chambergos y las capas cuando Esquilache. Las panaderías cuando la República o el agua de las fuentes cuando Larra. La peseta no es que esté devaluada. A nosotros nos han devaluado como pueblo.