Artículos Francisco Umbral

Negras


Como una carne de madera oscura, como una ciega esbeltez, como una música que no se comunica al exterior del cuerpo, que corre por el interior de lo negro. Así son las modelos negras que hemos visto últimamente. Imán está de moda. Se abre de pechos entre túnicas como cartaginesas. Senghor, que sigue viviendo de la negritud y del prólogo que le hiciera Sartre, dice que las maniquíes "de color" (bello eufemismo), son el testimonio de una nueva estética.Las negras (y los negros) han invadido Europa periódicamente, la Europa frívola (no hay otra), siempre cuando Europa está cansada, sumida en su palidez, en su color/enfermedad, en su no/color, en su alma rosácea de carnicera de Hamburgo. La guerra del 14 nos trajo el desnudo negro de Josefina Baker y El negro que tenía el alma blanca, del inefable don Alberto Insúa, que escribía en los cafés de Argüelles. La guerra mundial nos trajo el jazz, máxima expresión de lo negro en su dolor, en su color y en su misteriosa work in progress (improvisación, creación sobre la marcha). Pero las alambradas del apartheid se hacen más tupidas cada día. Negras en ademán de vasija, negras de pezón adolescente, con un turbante de soga en la cabeza. Imán ha estado en Madrid. Senghor prefiere las mujeres de Sudán y del Sahel. El grupo senegalés Touré Munda vive la vanguardia de la música negra actual en Europa/USA. Todo un continente que sigue siendo un dije. Este verano va a estar de moda, entre las blancas de las playas, pintarse el cuerpo desnudo de amarillo y rojo, tatuarse. Es la nostalgia de una raza y una cultura pálidas -por el secreto perdurable de lo negro. África es el último fetiche de Occidente.



África sí que es la reserva espiritual de Europa. Por los dibujos y obras secretos de Rodin y Le Corbusier hemos sabido últimamente que todo blanco lleva dentro un negro. He aquí la secreta afición por las curvas del maestro de la línea recta, Le Corbusier, he aquí, como ya viera Eugenio d'Ors hace muchos años, que "lo barroco" no es un momento en la historia del arte, sino una constante en la intrahistoria del hombre. La línea recta es una colegiata de donde el artista acaba escapando hacia el erotismo o hacia el puro barroquismo de las formas en libertad. Pero no sólo son las alambradas del señor Rhodes, sino la alambrada étnica, y con pinchos como prejuicios, que todos llevamos dentro respecto de lo negro, esta Atlántida de sombra y sueño que un día emergerá para salvar la vida (o las ganas de vivir) en este pequeño planeta. Descontado el apartheid que no cesa, el eterno retorno de las negras (y los negros) a Europa, responde siempre a un cansancio de lo blanco por lo blanco, a un bostezo de champán y aburrimiento traducido (ahora se traduce del alemán). En la calle de la Cruz hay meretrices negras, que son las que hacen más calle, y en los grandes hoteles se piensa el dernier cri sobre el paralelepípedo sugerente/insinuante de una senegalesa de dos metros. ¿De qué es de lo que estamos cansados ahora que hacemos retornar a las negras o dejamos en libertad lasciva nuestro negro interior, como Rodin y Le Corbusier? Estamos cansados de la guerra atómica que no hemos hecho, de la aventura de las galaxias que sólo interesa a Reagan, fatigados previamente del modelo Rambo que se nos impone para salvar Occidente, de qué.

Comparte este artículo: