Artículos Francisco Umbral

El rearme sexual


TAL que ayer hablábamos aquí del rearme militar de España. Hoy vamos a escribir del rearme sexual, que viene muy fuerte la campaña de los condones, el porno televisivo, la inquisición de los obispos y la endogamia de Woody Allen, que sólo sabe ligar entre sus cuñadas.

El cardenal Tarancón afirma que la Iglesia no sabe explicar las nuevas realidades, con lo que «se está quedando sola y cada vez tiene menos eco en la sociedad española». No es que la Iglesia no sepa explicar las nuevas realidades, sino que las explica del revés, está contra ellas, y los dedos de santiguarse se le hacen huéspedes de casa de citas. Un suponer, don Vicente Sánchez de León, presidente de la Asociación de Telespectadores (el español, tan individualista, se asocia hasta para ver a la por siempre bella Rosa María Mateo), quien dice que boicotearán a los anunciantes que incluyan spots en espacios pornoeróticos. Por lo menos, la Iglesia «sola y sin eco» que denuncia Tarancón, ya tiene un feligrés, este don Vicente, que va de chaqueta príncipe de Gales y principios fundamentales de la cosa. Y yo, que estoy con don Vicente y con la Iglesia, porque el condón (y esto no se dice) ya no hay moderna que lo tolere. Le sacas el globito en mitad del trance y se pega una puerta llamándote reprimido y fascista. Nuestras encandiladas novias de los cincuenta/sesenta, que no sabían lo que era conocerse «según la carne» y según la Biblia, se quedaban más tranquilas con el chico/condón, que solía ser el que iba para el Catastro, Aduanas o Abastos.

Lee Tulloch, la joven y genial autora de Gente Fabulosa (Anagrama), vagabundea por Manhattan y se encuentra un preservativo usado y ¡manchado en la punta de barra de labios! En Nueva York se ve que han llegado al barroquismo de hacerle la felación a una goma. Aquí, las gomas todavía nos parecen cosa de postguerra, que traían muchas los que venían de la División Azul de Serrano Súñer, cuando Stalin era de izquierdas. Habrán reparado ustedes que los dineros de semáforo son ahora clineras, adolescentes gitanas o quinquis entre la coquetería de una miseria decente y el respingo de una oferta ambigua y pugnaz bajo el percal de las blusitas. Como clínex ya se venden pocos, acabarán ofreciéndonos condones en los semáforos. Dice Arthur Kornberg, que compartió el Nobel con Severo Ochoa, que «el comportamiento humano es pura química». Los obispos, Wojtyla, Suquía y don Vicente, el que manda en los telespectadores, a ver si se aclaran de que quien peca es la química. A nosotros pueden pegamos la bronca encíclica y la homilía paliza, pero la química va a su aire, por libre. La química, don Arthur, es que nos ha salido un poco puta. Entre unos y otros, lo cierto es que este país se está rearmando sexualmente a ojos vistas, contra el condón, el SIDA, el «racismo sexual», que ha denunciado un gay en la Compluíense, y don Marcelo González. No sabría uno decir si es que la teleporno nos estimula los bajos o que el gentío pide carne cruda. Lo más pomo de las televisiones no son los pomos propiamente dichos, sino los anuncios de profilácticos, támpax, compresas, perfumes sensuales y otros «artefactos eróticos» de Beatriz Pottecher.

En este nuevo e inesperado imperio de los sentidos veo yo la revolución pendiente, la ruptura que no se hizo y la rebelión de unas masas que, escapando ya a la trampa del consumismo, el hogar como cepo de hierro y la familia como campo de concentración endogámico, reivindican el cuerpo, la libertad interpersonal, la química del Nobel Kornberg. Cuando la política de derecha/izquierda decepciona y envilece, cuando la razón se da a razones de Estado, he aquí que los cuerpos, esa mitología, esa angeología, se rebelan y cantan. Es lo que dice la citada Lee. Tulloch: «Me alegro que la Virgen sea chica».

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