Artículos Francisco Umbral

María Sharapova


Así como noviembre nos ha traído una primavera buscona, desnuda y esquinera, la cosa del tenis nos ha traído a María Sharapova, que fue la ninfa constante del tenis, Lolita a quien debiera escribirle un poema gordo el inolvidable Nabokov. Me he pasado unas cuantas noches viendo a María Sharapova o soñando con ella, ya que es criatura que atraviesa con toda naturalidad la vela y el sueño. Creo que el tema era en la Casa de Campo, pero prefiero ver a este Zarra femenino en directo porque para mi trabajo son mejores los matices de blanco y negro, los pequeños detalles de la puntilla, los hoyitos tras las rodillas de sus largas piernas y, sobre todo, la cara, esa cara de yanqui que no es yanqui, de adolescente que ya no es adolescente, pero da tres saltitos deliciosos sobre la pelota antes de lanzarla como una bomba de Irak contra la compatriota también rusa que apenas sabe dónde está. Nuestra campeona de antaño se ha pasado la velada criticando y murmureando sobre o contra la rusa de California que tiene 19 años, cobra un millón de euros si gana y consolida su premio. Es admirable y primaveral, en esta otoñal primavera, que la última generación apolínea, deportiva y olímpica salga tan parecida a la última generación europea, americana y campeona. Quiere decirse que los partidos políticos quedan un poco horteras ante el universalismo de una niña que bebía agua, masticaba su victoria e ignoraba al público de famosos que había ido a la Casa de Campo a famosearse un poco en la televisión y las revistas. No hay partidos políticos, aunque nazcan los nuevos todos los días, porque a los partidos han venido a sustituirles las generaciones, las sandalias monstruosas de María, como para jugar al tenis en la Luna. Y ésa es la verdad. Que todo lo que pensamos hoy está pensado para un mañana inmediato y lunar. Le digo a Gigi Corbetta que nosotros ya solamente somos una generación a extinguir y me dice el Doctor Obeso que después de nosotros ya no se va a morir nadie. María Sharapova es lunática y extraterrestre, se saca algo así como naranjas de los bolsillos de su minifalda volandera y se pega una manoletina de braga para que la veamos completa antes de su disparo seco, aritmético, calculado y mortal. María reina en un espacio singular, en una pista de violeta matinal y mantiene una telegrafía sentimental con su padre, entrenador, que la mira cuando se miran. Todo el mundo le dice que la niña está muy espigadita, pero él sabe que no tiene una niña espigadita sino una princesa del tenis mundial con el talle más esbelto e inverosímil que soñáramos nunca Vladimir Nabokov y yo. El otoño cultural de Madrid sí que ha sido una congregación de las culturas, y no la ensaimada redicha que proyectaba Rodríguez Zapatero. Pina Bausch, GAL, toda una conspiración de foniatras, una novedad de Mozart y ese Mozart femenino y espigadito que es María Sharapova, el fascinante Mozart de la raqueta. La URSS, sin duda, tiene resuelta la enseñanza cuando, para enviar a un torneo de tenis español, echa mano de tenistas universales. Aprendamos de estos rusos ya que, cuando entonces, nos lo pudieron enseñar todo. Generaciones populosas, virginales de nieve, como María Sharapova.

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