Artículos Francisco Umbral

LOS PLACERES Y LOS DIAS


Cuando el calor aprieta como este verano, los españoles (este pueblo locuaz que constituye la Academia de la calle) ya no dice el calor, sino «la calor», en femenino. El calor no es más que nuestra circunstancia meteorológica. La calor, en femenino, es ya la madre madraza, la tiorra gorda, la patria facunda de los españoles, la madre coraje con sudor entre las tetas. La calor es como una gorda de Botero, y ha puesto los termómetros de Cibeles en 45 grados a la sombra. Con 45 grados a la sombra, todos empezamos a cantar, a largar lo que sabemos, porque el frío nos hace herméticos y opacos, pero el calor nos hace exudar verdades y mentiras, nos abre los poros del alma. El frío nos vuelve mudos y el calor, la calor, nos vuelve Damborenea. Toda la gente del GAL ha empezado a cantar claro cuando ha venido la calor. A la sombra de una sombrilla o al costado valenciano de la horchata, el gentío se pone hablador y las terrazas de la Castellana tienen una temperatura ambiente de hervor político, de cambio de situación, de cambio de Gabinete, una temperatura política de crisis, como cuando las tertulias eran en el Salón del Prado y los nuevos ministros se nombraban a golpe de abanico. No se sabe bien si el calor ha traído la crisis o la crisis ha traído el calor. Damborenea no soportaba ya más su silencio, con esta calor, porque el silencio abriga como un gabán de nutrias y armiños comprado con los fondos reservados. Con la calor, los reptiles del fondo de reptiles salen a tomar la fresca por Madrid, y así es como la Villa está intransitable de los ofidios del GAL, todos yendo y viniendo de ver a Garzón. Al costado de un botijo madriles (el botijo es la menina de la gran apoteosis velazqueña del calor), las gentes de Lavapiés y Legazpi, las vecindonas con antena parabólica se ponen lloranderas en el velatorio de Felipe Glez., que durante este fin de semana está de cuerpo presente en el tanatorio de la Moncloa, hasta que resucite al tercer día, el jueves, para decir en las Cortes que «por consiguiente». Ahora, con la calor, los ministros debieran dar las ruedas de prensa con botijo, como yo doy mis conferencias con petaca de whisky, tal que esta semana en Soria. Dambo sudaba sus sudores de Judas porque se trajo a Madrid, bajo la viscosilla, el espadón atroz y sucio de la verdad, pero tenía que haber venido a cargarse el Gobierno con botijo. Y a las Cortes hay que ir el jueves con botijo a oír a Glez., que la sinceridad retórica del presidente se recalienta mucho en julio y al final todo lo que ha dicho parece mentira, y seguramente lo es. Nuestra democracia no está preparada para estas calores, que al orador de turno en el Congreso sólo le ponen los sumilleres un vaso de agua, y encima sin azucarillo, como se lo ponían a Romanones. Se ve que entonces había otro respeto. La calor, en Madrid, de Virgen a Virgen, del Carmen a la Paloma. De Carmen Tamames (que ya estuvimos el otro día viendo a la bella) a Paloma Segrelles, que ha cerrado el XXI «por la calor», como ponían antes en las churrerías. La calor, esta calor, la tiorra, sube del bajomadrid, como las hordas que veía Foxá. Esta calor no es sino la respiración de varios millones de bajomadriles que suben a San Jerónimo para pedir la dimisión del socialista que les engañó. A Felipe no se lo van a llevar por delante Aznarín ni Damborenea. A Felipe, verano del 95, se lo llevan en andas esas marujonas gordas y tarascas, que también votan, hasta verlo ascender y desaparecer en el azul católico de España. Felipe quería irse con honor. Se va a ir, por lo menos, con calor.

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