Artículos Francisco Umbral

Rafael Azcona


Luis Berlanga, en uno de esos éxtasis de generosidad que le son propios, ha rendido homenaje a Rafael Azcona en Valencia, reconociendo la gloria del gran guionista y prodigioso escritor, gloria que con frecuencia ha quedado escondida dentro de las películas de Berlanga, Saura, etc. Para mí una película nunca ha sido otra cosa que una novela fotografiada, y, por deformación profesional, le presto mucha más atención a la estructura y a los diálogos (a lo literario) que al asunto en sí, aunque no soy ajeno en absoluto a los primores de la cámara. Lo cierto es que hay un Berlanga -¿y un Saura?- anterior o posterior a Azcona, pero nos interesa sobre todo el Berlanga/Azcona, el Saura/Azcona. El cine es cosa de dos y no sólo porque cuente siempre la historia de dos: un amor. El cine por antonomasia, el de Hollywood, está escrito siempre por un trust de talentos, e incluso cuando hay entre ellos un escritor famoso -Faulkner-, el equipo que le zumba en torno es muy importante. Piensa uno que el cine, allá en sus comienzos, pudo haber sido para siempre documental o poético, y a mí me habría gustado más, pero optó por el asunto, más comercial, y ahí es cuando se hace necesario el escritor. El cine español siempre ha ignorado esto, y sin embargo tenemos aquí uno de los mayores guionistas del mundo, ese Azcona apartadizo, callado, sin gloria que lo valga, comodón, imaginativo y prodigioso. Azcona es el alma de muchas películas españolas que sin él ni siquiera tendrían cuerpo. La pintura primitiva no llevaba firma. El cine primitivo no era de nadie. El público se lo atribuía a los actores: «Una de Robert Taylor». Luego se ha ido conociendo al director, sobre todo si es un director estrella, como Almodóvar. Pero el guionista, los guionistas siguen en la trastienda de la película, en la maraña de nombres que se mueven, junto a las maquilladoras y los electricistas. Claro que el cine, en lo que tiene de obra plástica, es cosa del director y el cámara (de cámaras tampoco sabe nada el consumidor de cine). Pero la arboladura de una buena película es siempre un escritor, como Graham Green en El tercer hombre, aunque luego el protagonismo se lo lleve Orson Welles, oscureciendo al director, Carol Reed, y a Green. La verdad es que los escritores españoles no saben, en general, escribir para el cine, o no les gusta, y esto hace más notable el caso de Azcona, un escritor muy personal y dotado que ha hecho la crónica del franquismo y el posfranquismo mediante la ironía, el realismo, el surrealismo, el costumbrismo, el disparate y el diálogo, siempre el diálogo, tan preciso y tan literario al mismo tiempo. Azcona no escribe una palabra en vano. No ha renunciado jamás a la literatura, aunque haya renunciado al libro. Es hermoso que Berlanga reconozca lo que le debe a Azcona y es hermoso que a Azcona le dé igual. Como es penoso que los directores que más le deben a RA hayan roto con él. Y más penoso aún porque se nota en sus películas. El cine, que podía haber sido muchas cosas, optó por ser literatura. Pero -truco muy cinematográfico- suicidando al literato.

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