Vivo o muerto
El señor Bush dijo que quería a Bin Laden como en el viejo Oeste, «vivo o muerto». Aquí pensamos que el árabe le sería más útil vivo, para hacerle una procesión de penitente por la Quinta Avenida y, aprovechando el mogollón, detener a una docenita de talibanes disfrazados de turistas escoceses suicidas o de repartidores italianos de pizzas a domicilio. En el juicio a Bin Laden pueden salir todos los trapos sucios del Oriente trapajoso, y también algunos trapos de Estados Unidos haciendo juego con unas cuantas bragas de becarias amortizadas. Después de todo el ritual de la Justicia y la Patria, todos nos sentiremos más americanos y más reivindicados en las magnitudes morales que han profanado los aviones suicidas. Al señor Laden se le mete en el corredor de la muerte y se le tiene 20 años esperando a decidir si fue el culpable máximo o no, para darle tiempo a escribir sus memorias en talibán. Luego hay que decidir también si al reo se le aplica inyección sutil o se le sienta en el tabanco eléctrico, que está necesitando un carpintero. Mientras tanto, la CIA y el FBI, más la prensa dura, nos informarán de que el verdadero culpable fue un pastor de cabras que andaba por aquel monte ensayando el escudo antimisiles con la honda de matar a otros pastores, y le dio a una palanca sin querer, que era la palanca de poner en acción los cuatro o cinco aviones que se fueron de compras a la Gran Manzana. Con todo esto, tenemos para llenar los periódicos durante viente años, de modo que a los periodistas tarretes se les jubila y a las chicas nuevas se les da una oportunidad. Cuando uno creía acabados sus recursos periodísticos y literarios, ocurre que el Gran Tema nos brinda artículos hasta el final, como Azorín y Ruano, que escribieron el último artículo por la mañana y se murieron por la tarde. Los israelíes, que no dan puntada sin hilo, aprovecharán todo ese tiempo para seguir matando palestinos mientras Yasir Arafat, con quien tengo tomados mis tés árabes en Al-Mounia, aquí en Madrid, presentará reclamaciones diplomáticas para que al menos tengan eco en la prensa progre, como cuando Cuco Cerecedo era el legionario periodístico del mundo árabe. La otra posibilidad, como hemos dicho al principio, es que Bush cobre a Laden ya muerto, lo cual sólo merecería un entierro en los muelles de Brooklyn entre futuros kamikazes que sueñan con estrellarse contra la Estatua de la Libertad, que es esa señora antigua y atropellada como la libertad misma. Nada de Laden vivo o muerto. Lo queremos vivo porque es el primer trofeo americano del tercer milenio y porque puede dar mucho juego en la televisión ahora que decaen Ally McBeal y Concha Velasco. Bush es el americano total, él solo llenaría un western y se merece cazar vivo al primer malo que se le enfrenta. Uno sólo es grande por contraste con su enemigo. Roosevelt tuvo a Hitler, Kennedy tuvo a Onassis, que le ponía cuernos con Jackie, Nixon tuvo su Watergate y Clinton tuvo su becaria. A Bush hay que otorgarle la piel antes de cazar el oso, porque eso va para largo.