Artículos Francisco Umbral

«La Codorniz»


Se reedita una antología de La Codorniz, aquella revista mítica de la posguerra, que vivió contra Franco y murió más o menos con Franco. Es frecuente eso de vivir de lo que nos mata, en el periodismo y en todo. Lo cual que aquella revista se gestó definitivamente en una polémica por el poder. Miguel Mihura, el vanguardista, postulaba un humor puro, apolítico, y Alvaro de Laiglesia, el «fascista», defendía un humor crítico que llegó a ser abiertamente antifranquista. Los adolescentes de la época, amonedados en la poesía pura, estábamos con el humor puro, asimismo, con Miguel Mihura, y rechazábamos con asquito el posibilismo de Alvaro, el chico de la División Azul que pretendía seguir de divisionario, pero ahora en dirección contraria. Por mi parte, he tardado muchos años en comprender que el falangista tenía razón, salvo la boutade de contar que encuadernaba sus libros con piel de espalda de señorita rusa, aquellas maravillosas panienkas. Efectivamente, sin la politización y la crítica que Alvaro le metió a la revista, La Codorniz no hubiese durado de 1941 a 1978. Laiglesia tenía esos alardes a lo Curzio Malaparte, pero había vivido más que Mihura, siendo tan joven, y sabía que la única posibilidad de subsistencia que nos permitiría el Caudillo era atacarle. Entonces lo llamaban «posibilismo». Buero Vallejo fue una víctima de ese posibilismo denostado, sin el cual no hubiera hecho toda su obra. El humor puro, como la poesía pura, sirve sólo en la primera juventud: Jorge Guillén. Es más duradero el surrealismo impuro. Alvaro de Laiglesia sabía, por una parte, que para vivir de Franco había que criticarle, y, por otra parte, que el humor puro no dura cerca de 40 años seguidos, no aguanta. Se trata, en fin, de la vieja polémica entre el compromiso y el descompromiso. Aparte amonestaciones morales y políticas, uno piensa que escribir de la nada, practicar el vuelo sin motor, es ejercicio brillante y agradecido, pero sólo se mantiene hasta que el artista se percata, efectivamente, de que no lleva motor, y entonces se cae. Como el Pato Donald camina por las nubes más allá del trampolín, pero esto sólo dura hasta que Donald se da cuenta de que ya no hay trampolín, y la caída es en vertical. La vida en directo es lo que pone argumento al arte que no lo tiene, y la política es a su vez el argumento más duradero y radical de nuestro vivir. Cela sostiene que no existe la novela histórica, y seguramente tiene razón, pero la Historia ha dado grandes argumentos a la novela, incluso a algunas del propio Camilo. Hoy estamos en la misma lontana polémica de Mihura y Laiglesia. En el cine y en la literatura hay una generación que pasa de política, de crítica, para contarnos los avatares menstruales de la protagonista, y otra generación, o la misma, que hace libros como El bucle melancólico, sobre cosas que están pasando. No es uno el más llamado a tratar de esteticistas a Almodóvar o Trueba o Garci, pero sí debemos recordar todos que la vida de un hombre no tiene más que dos argumentos: la política y el amor, que a veces se disfrazan lo uno de lo otro. Mihura era un genio, pero Alvaro sabía más de la vida, del periodismo y hasta de La Codorniz.

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