Artículos Francisco Umbral

Las nocturnas


Esto de las nocturnas, dicho así, parece una cosa mala que se expande por Jardines, Carretas, Gran Vía y Cariátides, como apeló un joven novelista a las ciudadanas, pero una ciudadana apellidada Cariátide sería ya una sorpresa cultural que no nos merecemos. Las nocturnas son sencillamente esas corridas de toros que Madrid organiza a partir de las ocho de la tarde, en verano y con el público pertinente. Hace dos o tres veranos conocí yo en el gimnasio a una torerita menor que se comportaba en sus amores mejor que la mayor y todos sus amores. Leí en una entrevista de las muchas que le hicieron que me aludía dando gracias a Dios por haberla permitido conocer a un hombre tan maravilloso como yo. Lleno de espanto sentimental corrí hasta mi pueblo, pues sé lo que pasa con los hombres maravillosos que utiliza Dios para que veamos que lo es. En cualquier caso reparen ustedes en aquella pasada divina. Pues así son todas las nocturnas, vestidas de luces, vestidas de traje corto y vestidas de nada, que también les llega su momento. André Breton vino a España en años felices para decirnos lo que ya había dicho Ramón: que Madrid es una ciudad surrealista. Efectivamente, veamos corridas que empiezan cuando el torero se acuesta, tendido municipal cadavérico, hombres de naipe en blanco, capotes de Luna, presidente funerario, torerillas de quirófano y toro que antes de empezar se lo piensa, o sea que decide si va a trabajar con el cuerno derecho o el cuerno izquierdo. Los atentados periféricos, las bajadas de la Bolsa, los caballos destripados por Picasso cuando pintó su urgente Guernica. La calle, por hoy, está muy picassiana. La violencia, la muerte, los personajes de-sarticulados, las señoritas de Aviñón, que están todas en Ibiza bronceándose de cementerio. España, en lo que va de año, ha conseguido, con una política de alarma y urgencia, parecerse por fin a Picasso. Esto no tiene hilatura. Llamo al teléfono de mi nocturna y se ha ido a ver a los Rolling. Estará en el Calderón sacándose la faja para secarse el calor, porque los rockeros vienen a eso, a refrescar un poco a las chicas, que son todas de mucho atalaje íntimo. Si de vuelta a casa después de la corrida, en la madrugada, oyes a alguien, no temas: es la noche que sigue tus pasos. Así vio Breton el Madrid surrealista que venía buscando. Y ese niño cadáver que vende helados en una esquina. Las familias taurinas vuelven a casa repartiéndose la comida porque la corrida ha sido mala y don José Gutiérrez Solana tiene vino y filete de caballo para todos. En vano buscamos el origen de la violencia, la flor arraigada del miedo, la hospicianía del caballo bastardo, la cerilla que prendió fuego a Madrid. Madrid por momentos es Guernica. A uno le haría falta encontrar el hotel. La noche de toros ha sido una corrida japonesa, aún más elegante que las portuguesas. Las arboledas perdidas de la tauromaquia albertiana ilustran las lejanías con su fogata blanca y ausente. Murió hasta Carril, mi amigo, el único que tenía las llaves de la plaza. Y las perdió. Pregunto por la niña torera con miedo de que haya sido bombardeada. Y me siento en un banco a esperar que me llame.

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